lunes, 2 de noviembre de 2020

El lubricante social

Esta vez le quitamos el opio al populacho y lo transformamos en Johnson & Johnson. ¿Cuántas veces el atisbo de un escudo peculiar en la pechera del prójimo ha actuado de rompehielos? Otras veces todo queda en una silenciosa complicidad, fruto de saber que el individuo no olvida de dónde viene, y tiene un banderín de Banfield, una camiseta del Celta o una bufanda del Betis. Pero es innegable que este maldito deporte, disfrazado de mil formas, cataliza miles de verborreas, que vaya usted a saber dónde desembocan. En mi caso, aparte de abrirme puertas a través del propio juego, es decir, uniéndome a pachangas por invitación o jugando en una venta perdida de dios con chavales de otros colegios, me ha ayudado a darme a conocer en lares que van de bares a facultades, de citas con el mecánico a compañeros de trabajo inolvidables. Porque sí, yo en cuanto me dan pie, me apodero del esférico y digo que soy del Atleti. Me acuerdo con espanto cuando en el primer día de instituto nos emparejaron para hablar con otro compañero. La idea era contar algo de nosotros mismos, y luego decírselo al profe enrollao delante de todos. La niña, qué afortunado fui, ¿verdad? no llegó a saber más de mi que me gustaba el fútbol y mi pasión rojiblanca. 

Gracias a Neptuno podemos volver a coordenadas más amigables, y volver a mi última etapa laboral. Un rasgo necesario pero algo asqueroso de mi personalidad, es actuar cual perro de aguas: huraño y sieso al principio, con miedo a ser pesado, y luego al mínimo contacto positivo, dar rienda suelta a demasiada información, innecesaria también. Otra cosa es si luego doy con gente maravillosa y me cogen el guante riéndose conmigo. Así descubrí a todo nuestro pequeño mundo futbolero cómo el gran Antonio ENP no solo era malaguista, sino colchonero. Si no que se lo pregunten al fondo sur del A. Le Coq Arena de Tallinn. O el raulismo del bueno que sepultaba el desencanto con su Córdoba del otro Antonio, con su consiguiente olvido al infrafútbol a pesar de su background en los banquillos infantiles. A descubrir el orgullo colombiano en el mundial de Rusia, la esperada afinidad con mi compadre el Bétiko, que me permitió disfrutar de la biografía de Joaquín antes de regalársela, las anécdotas de mlopez con la Peña Malaguista de Barcelona o la hermandad con Markie Mark, que me hizo tener equipo favorito en Inglaterra antes de Bielsa con sus historias del Leeds, tan diferentes a las que Vitaliy me contaba del refundado Dnipro y de cómo debían ser las cosas en Ucrania para no mosquear al estamento inadecuado. Cuando yo ya me había soltado el pelo hacía tiempo, llegó un argentino muy simpático: lo primero que le pregunté fue ¿de qué hincha sos? Pinché en hueso porque no le gustaba, como me dijo con una sonrisa. Quizá fue el primer indicador del fin de ciclo, pero lo cierto es que aunque cuando jugábamos lo hacíamos al NBA y delante de una videoconsola, el fútbol fue muy partícipe a la hora de darme a conocer en el mejor grupo humano que me he cruzado en un entorno laboral. Si hasta Francisco, llamémosle nuestro entrenador, al día siguiente a mi renuncia me puso una foto de Hugo Sánchez de avatar para tirarme a dar... Como esta gente sabe de qué pie cojeo, en mi partido homenaje en la distancia, recibí en forma de presentes dos piezas de museo que valen más que todo lo que intento transmitir, porque aquí ya sí que me quedo seco, sin más palabras que de agradecimiento.

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