miércoles, 31 de agosto de 2016

Con ánimo de involucro

La pasada temporada fue maravillosamente dura. No sé si me involucré demasiado o tan solo cumplí con mi deber rojiblanco, pero me dejó desgastado física y mentalmente. El brutal desenlace, independientemente del resultado, me hizo plantearme un año sabático, una especie de Ramadán futbolístico. Tuve un profesor de inglés forofo de 'Las Urracas' que decía que tras las fiestas de fin de año se tiraba el mes de enero sin grasas y solo bebiendo agua, así que yo, que rompí a llorar al eliminar al Barsa y con el penalty de Juanfran, no merecía menos para no acabar engullido por el oso del escudo del Atleti. Quizá detrás de este desgaste y la consecuente decisión estaba el niño, no el 'niño Torres', sino el mío mío, el que me hizo seguir por la radio en urgencias la vuelta contra el Bayern, al que desperté con el gol de Carrasco en Milán, al que digo con la boca pequeña que dejaré que sea laico en lugar de inculcarle el credo colchonero, y que quién sabe si vivirá las experiencias que solo nuestro equipo sabe brindarnos o será más cuerdo y eligirá un estilo de vida sin esta droga dura.
En esas, tras la decisión, vi la Eurocopa para disfrutar, seguí la insulsa pretemporada como lo que es desde hace tiempo (una gira para hacer caja y balas de fogueo), el Comunio me hizo estar atento al mercado de fichajes, pero nada preocupante ni que me alejase de mi propósito. Viví las olimpiadas como nunca pero marginando la disciplina del fútbol. Comenzó la liga, y apenas vi los últimos veinte minutos del Alavés hasta el penalty de Gameiro, donde muy chulo yo, apagué el móvil. Juro que me dolió más que la Champions ese puto empate. La cosa no funcionaba, me estaba involucrando, ¿en qué coño habíamos quedado joder? El insípido empate en Butarque, del que solo vi quince minutos (más por cansancio que por cumplir mi promesa), fue la gota que colmó este vaso de impaciencia. Seguí el sorteo de la Copa de Europa como un niño (post del FC Rostov en camino), y entonces me di cuenta de lo que me temía: no puedo controlar esta mierda. Si siempre he huido de ponerme mis camisetas cuando se ganaba y me encanta ponérmelas tras la derrota, si me hirvió la sangre al leer y escuchar más de una vez que volvía el Atleti de siempre tras estos dos traspiés, si no me entrometo por corte en una conversación sobre la solución de Gaitán a todos los males del Atleti en medio de un gimnasio de Torre del Mar (por muy anómalo que este escenario parezca).

No sé si es un hecho que el Atleti del Cholo ha perdido momentáneamente el mojo, el duende o como quieran llamarlo. Lo cierto es que hay muchos teclados para criticar, a veces con criterio, pero la tecla exacta solo la tiene Simeone, que espero sepa meter las variantes que hagan que aunque los rivales sigan sabiendo cómo y a qué juega el Atleti, no sepan frenarle. No quiero ni mirar de reojo a las vacas flacas, ni a la famosa marmota de los manzanos, bianchis y ferrandos. Queda un ilusionante curso por delante y yo siento que pongo de mi parte si me alegro, sufro y vivo hasta el paroxismo la vida de este equipo. Entonces, esta semana vuelta a esbozar el calendario de partidos en la esquina de la libreta del trabajo, y sin querer queriendo vuelvo a estar colgado al mascarón de proa de mi Atleti. Como dijeron en la infravalorada el Padrino III: 'Creía que estaba fuera, y me vuelven a meter dentro'. Aunque en realidad, eso de que me aparté a un lado no me lo creo ni yo, como el gol del Alavés.