lunes, 28 de noviembre de 2016

Misión de pacificación

Las dos victorias de la semana pasada, además de para parar la hemorragia de puntos en liga, han servido para ver florecer innumerables artículos que cacarean que vuelve el Atleti como si de un viejo grupo de rock se tratase. Como si el Cholo y el Mono aplicaran una copia de seguridad datada en mayo de 2014 al actual andamiaje. Pero, en mi humilde opinión, la partitura sigue siendo la misma, otra cosa es quién la interpreta. El factor Tiago, y con esto no estoy descubriendo la pólvora, es lo único que ha generado tal nostalgia mediática y supuesta vuelta a lo vintage. El astrolabio que es el portugués en el medio nos hace más robustos, y aunque probablemente no volverá nunca al ionosférico nivel de comienzos de la pasada campaña, el de Viana do Castelo se postula como pieza de máxima utilidad una temporada más. La lesión de tibia que sufrió, ironías de la vida, hace ahora un año, sumada a su longevidad (35), hizo que el que más y el que menos dudara de si el luso iba a ser vértebra de nuestro once. A día de hoy parece que si se cuida a nuestro lobo de mar, éste podrá dirigir la carabela rojiblanca a prósperas expediciones. 

Eso sí, tampoco es tema menor el presumible relevo de Rambo Savic por Giménez. El montenegrino ha tenido varios traspiés, nunca mejor dicho, que han emborronado su excelente colocación y contundencia. No me parecería justo tomarle como chivo expiatorio pero veo bien un cambio de aires en la zaga. Ahora solo falta que el pupilo de Godín deje de cometer esos frustrantes penaltys. Te quiero uruguayo, pero no siempre va a haber un Oblak que te los pare (ya van tres este 2016)... Porque entrando ya en el partido, esa jugada fue el auténtico punto de inflexión. Ni vuelta a los orígenes ni ostias. Si el Osasuna (nunca entenderé por qué algunos no le ponen el artículo delante) mete ese penal, probablemente estaríamos preguntándonos de nuevo qué le pasa al Atleti. El cinismo y la grandeza del fútbol resumida en un lance.  

Arriba dije que nada había cambiado más que la vuelta de Tiago, pero mentí. Por fin, de una santa y puta vez se mete un gol de córner. El faraón Godín, a falta de que se centren sus acompañantes en el centro, tiró del carro para adelantarnos. Un zarpazo consecutivo de Gameiro, que a mí me encanta por muchos haters que tenga, y misión cumplida. El resto fue un discurso de Fidel Castro pero de solo 53 minutos. Y aún me dejo dos cosas más: 
1ª) Me encanta el hambre que muestran entre otros Griezmann y Carrasco. El día del PSV el francés se recorrió medio campo hacia atrás para evitar un gol holandés, y en Navarra el belga robó un balón de tío porculero para clavar el 0:3. 
2ª) Es vomitivo que no se pitara la mano con desplazamiento en el área osasunista. Quiero creer que desde su posición el árbitro no veía, pero si no ve eso, ¿qué cojones ve?

Pero al final hubo final feliz, y al caparrosismo aún le queda mili en Pamplona. El sacrilegio de destituir a las primeras de cambio al entrenador que te asciende es un clásico en primera división, y me temo que a los rojillos no les va a salir a cuenta. Aunque por momentos inquietaron, poco queda de ese equipo 100% norteño que en tantos aprietos nos ponía. Con el Cholo cuatro de cinco triunfos en El Sadar, que por cierto recibe ese nombre por un riachuelo homónimo que pasa por allí. Agur.


miércoles, 2 de noviembre de 2016

Como si fuera la última vez

Allá por enero de este 2016, tras el infame empate a cero ante el Sevilla, mientras salía del Calderón me preguntaba si sería la última vez que lo pisaría. La idea no era tan nostálgica, porque aun sabiendo que quedaba poco, no sabía cuándo se iba a dejar de jugar en él. El destino me volvió a brindar una oportunidad más de disfrutarlo. Para alguien que vive al sur de Despeñaperros no es fácil haber ido ni siquiera una vez al templo de su equipo si este está a 500 km. Por lo tanto, guardo muy bien en la memoria mis visitas a mi otra casa, la que tanto he visto por la tele pero que tan pocas para lo atlético que soy he sentido in situ.


Quiso además el azaroso devenir que el partido fuera contra el Málaga, el equipo de mi provincia. Lo que conllevaba aguantar antes de ir el típico "¿Querrás que gane el Málaga no?" Pues no, llámenme como quieran pero yo soy del Atleti, y además sin ser malacitano me he gastado más dinero y quiero más al Málaga que probablemente todos los que sin ánimo de ofender me hacían ese tipo de comentarios. Es lo que tiene este tipo de desplazamientos: el rival no se elige, sino que lo decide el calendario laboral y que el Atlético juegue en Madrid o no. Esta vez hubo suerte, y nuestra visita capitalina a ver a unos amigos coincidía con un partido de liga. Impagable la sensación cuando uno va en metro hacia el estadio y ve cómo se monta la gente con los colores del Atleti. Algo que solo los colchoneros de fuera de Madrid entenderán. Como en la penúltima ocasión, el señor Giusti estaría a mi lado para psicoanalizarme en lo que sería una montaña rusa de partido, del que poco habrá ya que no se haya contado: he escrito esto a la vuelta del puente.



He ido lo suficiente al Calderón como para percatarme de que por suerte o por desgracia son cada vez más numerosos los turistas. No es casualidad que a mi izquierda hubiera un grupo de digamos... polacos y justo delante hubiera por unos minutos una pareja de fornidos escandinavos más perdidos que yo en una peña madridista. Eso sin contar al coro de grouppies unisex de Griezmann, con banderas de Francia y la cara pintada (al menos llevaban la camiseta del Atleti). En esas, un peruano de apellido italiano y yo con mi acento cuasi-malagueño éramos la fauna más convencional de la zona. Es lo que tiene que el Atleti sea más mediático e internacional. Como eso quiere decir que los resultados van bien, pues que siga así y la próxima me encuentre a un camboyano en el asiento de atrás.



¿El resto de la experiencia? Pues como otras veces: alguna foto, disfrutar los cánticos que uno en la tele apenas oye, y aguantar al típico que con suficiencia y como si viera a un mono del zoo cree que puede acertar el acento exacto de uno en cuanto abre la boca (¿Tú qué cojones vas a saber de qué parte de Andalucía soy por una frase que me hayas oído?) Aún nunca ha ganado nadie: El juego de las ocho provincias lo llamo yo. Y del encuentro está todo hablado ya, solo añadiré que en la segunda parte, los nuestros, aparte de lidiar con uno menos y con un Málaga que ni se creía su efectividad, también lo hizo con mi pesimismo, que veía un empate postrero en mi sexto y último partido en la caldera. Por el buen hacer del equipo, el sol que nos jodió en la grada de lateral hasta el minuto cinco fue más rival que los boquerones, y afortunadamente ahí estaba el Bachiller Carrasco para calmarme y conducirme a un catártico clímax.



Y se acabó, salí del campo constatando mi ronquera, como debe ser, y tocando la bocana de salida en plan "This is Anfield". Con el embotamiento de haber vivido tantas cosas en directo ni siquiera dirigí una última mirada de despedida. Como tantas cosas en la vida, uno idealiza el futuro y lo vanaliza llegado el presente. Pero eso sí, como dice la canción: 
"Más allá de la curiosidad, surgió siguió un amor, la primera última vez, que yo entré en el Calderón..."