Dadas las circunstancias, era una ocasión histórica. Casi imperdonable el no ir. Pero mi suegra trabajaba, tengo tres niños, y precisamente por olvidárseme recoger al mayor del colegio me había autocastigado con no asistir a este Marbella - Atleti, cuando aún no sabía que no iba a poder. Así viví hasta la víspera, cada vez más indiferente con el consuelo de saber que lo podría ver en una pantalla de televisión grande en vez de ser un nómada del stream móvil. Pero lo que vi horas antes en la tele donde esperaba ver este icónico partido fue al Bati, contramaestre de la (Ba)Titoneta, al sabio de Herrezuelos Amador y a la joven promesa Darío, nuestro ya consolidado heredero colchonero. Una jocosa invitación, una mujer alegre por haber sabido mantener el secreto y un hombre con alma de niño que le recogía al vuelo una camiseta del Atleti mientras el corto vídeo terminaba. Al final el sueño era posible. El castigo ya me llegaría más tarde en la forma más cruel que mi cuerpo me puede castigar.
Así volvería a un campo a ver un partido más de cinco años después. Desde el infame derbi de septiembre de 2019 no pisaba un estadio. La Rosaleda: el campo donde por razones obvias más fútbol profesional he visto. Y mi extrañísima relación con el Málaga CF desde la época cuando nos ganaron la cuarta plaza con el jeque. He visto allí desde partidos de segunda con Catanha y Guede ante un Toledo donde jugaba Emery hasta inolvidables duelos Champions culminando con una volcánica temporada 13/14 como abonado (hará unos diez años allí nos poníamos líderes en un día de cabalgata con una árida victoria). Allá hace unos trece años debutaba un Simeone que ayer (de alguna forma) nos ayudaba a conseguir la victoria trece consecutiva. En un Málaga - Atleti me cantaron que era de Segunda, en otro Málaga - Atleti empecé a hacerme parte del macho beta que soy hoy... Siempre Málaga. El no sé qué qué sé yo de esa ciudad desde que para mí era un entramado de túneles con luces y centros comerciales donde no se veía la playa, sino el mar, hasta mi conocimiento tardío pero intenso de su centro histórico (con permiso de sus guiris de ida y vuelta). Mi simpatía por el Málaga por diversos motivos ha ido decreciendo con el paso del tiempo. Incluso a veces me sentí sucio y envidioso porque despechos y rangos me impedían desear muy fuerte que llegaran a donde mi Atleti no podía llegar. Así de mezquino soy cuando se trata de mi equipo. Yo en todo caso soy del Antequera, pero si escucho un "Puta Málaga" salto, sobre todo sin conocer el previo inmediato del tensísimo choque en según qué planos. Estoy cada vez más harto de algunos cánticos vergonzantes que hacen quedar al Atleti a la altura del betún del Dia. Ese contexto raro pues, hizo que floreciera mi personalísimo fundamentalismo mediante hechos inusitados, como que yo haga reiterados cipotes a mis compañeros de escudo por del otro córner por ultrajar a Málaga (yo no pensaba en el club, pienso en esa ciudad fea pero bonita, en mi provincia, en Andalucía, en que qué necesidad hay), haciendo que el Bati me llamara al orden (primera vez). Toxicidad a raudales, pero por mi parte también. Solo puedo insultar yo parece, sobre todo a Callejón (segunda vez). Por un lado me creo que somos todos uno y que lo que me contraria me avergüenza como si lo hicera yo, y por otro me creo tan por encima del bien y del mal que me creo de otro Atlético de Madrid, donde lo primero o lo segundo no es ser antimadridista, porque el Atleti está por encima del resto. Actitud delirante, lo sé.
Lo que es el partido, calma chicha, aún más anestesiada desde el gol de Antoine. Me quedé esperando un posible fuera de juego desde el VAR, que ni había por cierto. Por lo demás, todo va a cámara lenta, los jugadores parece que no tienen prisa. Todo parece más peligroso o inofensivo directamente proporcinal a lo cerca que estés de la jugada.
Con las gafas nuevas y graduadas a conciencia, el momento de mayor éxtasis fue el repentino efecto (aunque duró una media hora) de ver al cholo en la banda. El abrigo gris del nota de la otra área técnica me escamaba, pero éste se movía como él, vestía como él... Hasta que me vi a Nelson Vivas por la pantalla, recordamos que el Cholo estaba sancionado de Cáceres y me di cuenta de que el fútbol no se ve tan de puta madre en cualquier parte de La Rosaleda. Aunque de eso ya nos habíamos dado cuenta antes: tan cerca de la barandilla y con tanta gente tardona y perdida, aquello tenía más trasiego de gente que un paso de peatones de Tokio a la hora del curro. Todos saturando al acomodador, que querría cortarse las venas: argentinos pa ver a Julián, atléticos de toda España aturrullados buscando su sitio... El Paseo de Acacias vamos. Lo de la lentitud para entrar al estadio sin siquiera ser por cacheos sino por simple falta de efectivos lo dejamos para otro día.
Acabó el partido según lo esperado. Hubiera estado algún golito más, sobre todo porque era nuestra portería, pero nada. La vuelta fue rápida... Hasta el coche. Aparcar en centro comercial es una buena idea si vas cualquier otro día por la zona. En día de partido te convierte en un ratón atrapado. Cincuenta minutos de reloj dentro en una suerte de tercer tiempo. Lo que faltaba para darme cuenta de lo que ya sabía: como en casa, en ningún sitio para ver el fútbol.
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