Fruto del descontento de algunos miembros de una sociedad gimnástica, entre ellos un berlinés y un escultor de Dortmund, nacía en 1900 el FC Bayern en el restaurante Gisela, sito en la propia capital bávara. Conociendo el estilo para denominar clubes que tienen los teutones (Arminia, Fortuna, Hertha...), podía haberse llamado por ese simple motivo el Gisela de Múnich, pero no, tuvieron que complicar las cosas a futuro... Porque, como siempre hay algún despistado que no se ha tomado la aspirina, recordamos que Bayern viene de Baviera, y que los losanges blanquiazules de su viril escudo, qué casualidad que son los mismos que los de la bandera de dicha región, o Land, como dicen los alemanes. Múnich, conocida como Minga (¿de Gisela?) en el arraigado dialecto de esos lares, es entre otras cosas lugar de nacimiento de Sissi Emperatriz y de algún alto mando de las SS, cuna del Oktoberfest, del nazismo, y testigo del carácter más alegre y extrovertido de sus sureñas gentes, diferentes al resto de cabeza-cuadradas, como les llamaba Felipe, un señor tío de mi cuñado Ricardo que vivió casi toda su vida en Frankfurt trabajando para Lufthansa y me traía muchos chirimbolos; entre ellos, cómo no, material futbolero.
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Trofeo Viktoria |
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Beckenbauer, Maier y Müller |
Todos los clubes que hoy en día son peces gordos han sufrido en algún momento de su historia un punto de inflexión, un hito que cambia sus devenires radicalmente para llevarles un escalafón más arriba a perpetuidad. El Barça con la llegada de Cruyff al banquillo, el Real Madrid fichando a Di Stéfano o, si nos ponemos más mundano$ Abramovich en el Chelsea o los jeques de París o la mitad sky blue de Manchester. En el caso del Bayern, ganar su primera Copa de Europa fue más bien la consagración definitiva de la apuesta por jóvenes talentos en la carestía de años antes; de hecho esa columna vertebral se proclamó campeona del mundo en ese mismo año 74. Pero lo que sí es cierto es que en el caso de nuestro Atleti, se perdió un tren que le pudo haber permitido cambiar su indiosincrasia. En la primera puja por la orejona de bávaros y madrileños, nos pusimos por delante con un gol de Luis en la prórroga. El muy amo lo celebra antes de que entre. Pero... en el minuto 120, un narigón apellidado Schwarzenbeck, algo así como Montenegro en español (si, sé algo de alemán, ¿qué pasa?), tira desde su casa e iguala. El portero era el gran Miguel Reina, cuyo hijo Pepe fichó por el enemigo cuarenta años después. Ese balón raso dejó el corazón de todos los colchoneros más frío que el metal del Atomium que flanqueaba la curva sur del coliseo belga. Según cuenta Uli Hoeness (otro mítico) sobre esa final, estaban tan reventados al día siguiente que no podían ni andar, pero más lo estarían los nuestros, destrozados anímicamente. No había penaltis. ¿Se imaginan que hubiéramos ganado así? Solo dos días después, en el partido de desempate disputado en el mismo estado Rey Balduino de Bruselas, Die Roten nos hicieron un ojete nuevo, con un 4-0 inapelable. ¿Que por qué entro en tanto detalle en esto? Porque hay atléticos que me producís ascopena al ni siquiera conocer este hecho. Yo me enteré de bastante chico, y he de decir que tiré a la basura un banderín de los bávaros que el bueno de Felipe me había regalado (aún conservo como oro en paño el resto). Años después vi el partido, comentado por el mismísimo Luis Aragonés, y he de decir que fue un soberano coñazo. Se dice que les dimos un baño, y yo sostengo que no, si acaso llegamos un poquito más... Por algo sería que ganaron luego dos más (ante otros que se quedaron a medias en Europa como Leeds United y Saint-Éttiene), aunque al igual que la nuestra, jugando puta mierda en las finales, que como dijo el propio Don Luis, "se ganan y no se juegan". Ahora, a mí no me joda usted con lo de que "del subcampeón no se acuerda nadie", a mí me lo recuerdan cada nueve por tres.
El difuminado del núcleo duro de esa generación maravillosa, de la que también hay que mencionar a los continuistas Paul Breitner y cómo no a Karl-Heinz Rummenigge (Breitnigge), dio lugar en su ocaso a un pequeño bache en los éxitos, que ya lo quisiera el 99.9% de equipos para sí. Pero una cosa que hace muy bien la entidad alemana es preservar su identidad ofreciendo altos cargos a leyendas del club. Así Beckenbauer fue entrenador en cortos periodos y presidente, Rummenigge es director general a día de hoy, y qué decir de Uli Hoeness, que tomó las riendas como gerente tras retirarse prematuramente por lesión y engordó las arcas bávaras sobremanera en su desempeño. Eso sí, poco después de suceder a Beckenbauer como presidente fue condenado por evasión de impuestos e incluso pasó por chirona. El día que pase eso en España me hago del Castilla. Luego el cabrón volvió a la presidencia... Muy protagonista Uli, pero no olvidemos que en los ochenta, por mucho que se empeñara Gabinete Caligari, el que la tocaba de verdad era su hermanísimo Dieter Hoeness, con Augenthaler a la espalda y Lothar Matthäus omnipresente. En esa década el Bayern probó su medicina en sendas finales perdidas ante Aston Villa y Porto, pero continuó engullendo campeonatos locales y siendo por un tiempo la bestia negra del Real Madrid, con el que componen el derbi de Europa.
Estamos en el ecuador de la historia, justo cuando yo empecé a enterarme de qué iba esto del fútbol y quiénes eran los que ganaban casi siempre. Uno de mis primeros recuerdos europeos fue la final de la UEFA de 1996. Esa donde sometieron al Bordeaux de Zidane y Lizarazu. A partir de ahí el Bayern siempre me ha ido demostrando que es la metalurgia, el martillo pilón, el único, con la salvedad eventual Juventus o Milan, que puede mojarle la oreja a las dos dragones nacionales. No obstante, la última década del siglo no fue ni de lejos la mejor de los tedescos, ni siquiera a nivel local, y por supuesto tampoco a nivel Champions, donde dos corners en el Camp Nou ante el Manchester United en el alargue les privaron de revalidar un título que, recordemos, se les resistía desde 1976. Ahí es donde les cuelo el término Bayerndusel. Es algo así como el Fergie-Time de los propios Red Devils. Un adjetivo despectivo para los que siempre marcan al final y se las apañan para salir airosos cuando están acorralados. Yo lo que creo es que cuanto mejores jugadores se tienen y más pesa la camiseta, más duda el rival y menos el que ataca. Otra cosa es que para llegar a ese estatus hayas tenido una pizca de suerte, pero de ahí a basar en ello el éxito rotundo de grandes clubes...
El nuevo milenio, ya sin Matthäus, pero entrenados por Ottmar Hitzfeld, capitaneados por un mastodonte como Effenberg, y jugones como Scholl y Salihamidzic o el opacado goleador Élber, dio lugar por fin a la ansiada Copa de Europa, su primera en el formato Liga de Campeones. Eso sí, pasaron un auténtico calvario, aunque la peor parte se la llevó un bravísimo Valencia CF, que cayó en un trabalenguas de penaltis ante el grande, único, volcánico, titánico y monstruoso Oliver Rolf Kahn. Además, en un paso hacia la modernidad, dejaron el legendario Olympiastadion para mudarse al Allianz Arena, una freidora de rivales con una luminotecnia externa que lo flipas. Si bien esto, perdieron ahí una final de Champions en 2012 contra el Chelsea. En la primera década del siglo XXI, continuaron con el dominio nacional, pero permitiendo la alternancia de numerosos equipos que también se hacían con la ensaladera liguera o Meisterchale. A partir de esa final, no han vuelto a perder una liga, y en 2013, con Jupp Heynckes en el banquillo, lograron el triplete con la dupla Robbery en las alas, Lahm, Schweinsteiger, Thomas Müller y Manuel Neuer de propina. Al año siguiente aterrizó el amigo polaco de Gerd Müller, Lewandowski. Pasó el trienio guardioliano, con sus tres semis frustradas ante equipos españoles (aún me acuerdo de la vuelta de esa eliminatoria, que me la perdí por el niño en el hospital por una mierda de fiebre que no era nada). Y por fin llegamos a la época actual, con la inesperada nueva tripleta en plena pandemia con un hombre la casa llamado Hansi Flick, un desconocido hasta 2020, a los mandos.
Se habrán dado cuenta, como yo, que el Bayern es un club muy suyo. Un club que lo pasó mal hasta llegar al estrellato y que no negocia su identidad y sus raíces. Por ejemplo, más de una vez han ayudado a su eterno rival local, el 1860 München, para que salgan del bache financiero, o son uno de los clubes que más involucra a los jugadores con los aficionados, hasta el punto que parte de su contrato implica esta labor (parece una tontería, pero todo lo contrario). Es fácil criticar porque sí al que está arriba, yo también lo hago mucho, faltaría más, pero en este caso a mí me han ganao. Tengo que volver a insistirle a mi compadre Sánchez para que encuentre esa camiseta del Bayern que dice que tiene en Almáchar, pero conociéndole, capaz es de ser del Leverkusen. El lema en dialecto bávaro con el que titulo el post, habla más que lo que yo he querido transmitir: "Mia san mia" ("Nosotros somos nosotros"), y no hay más que hablar... Aunque no me quería despedir sin incluir esta última y curiosa imagen de la final que nos ganaron, en la que a pesar de ser ellos mismos, los joputas se pasaron de caballerosidad cogiendo la copa de rojiblanco. Por desgracia no es la vez que más cerca hemos estado de ganarla... Hasta la próxima o, como diría un bávaro, ¡servus!