lunes, 6 de agosto de 2018

La máquina del tiempo

La última vez que me pasé por aquí teníamos una copa menos, hasta que nuestro eterno capi14n, siempre lo será, da igual que esté en Catar o en Leganés, selló con el tercer tanto una final fea, donde se ganó industrialmente al todo pasión Olympique, que hasta el primer gol de Griezmann, por aquel entonces con la azulgrana debajo de la rojiblanca, nos había puesto el culo prieto y la oreja llena de moscas. Ese título, que probablemente fuese el trofeo europeo donde más éramos favoritos, se ganó y festejó con mesura. Quizá el mayor motivo de celebración fuera que por fin Fernando conseguía un título con el equipo de su ánima. Luego decliné la opción de ver su despedida en directo para que mi hermana pudiera disfrutar de una aventura sin nietos, ya habrá tiempo propio de ir al nuevo estadio. Ya habrá tiempo de recordar a Torres, sus goles; a Gabi, sus robos; mejor dicho, de no olvidar.


La Europa League y sus réditos... una de las ventajas que tienen estos campeonatos es la opción de disputar copas posteriores. La Supercopa de Europa, a la que se enroló días después el Madrid, quién si no, esperaba en Tallin. Capital de un país que en mi infancia siempre me inquietó. Por suerte, yo era un niño raro, no me conformaba con jugar a la pelota en la calle, y cuando lo hacía en mi patio, me flipaba y pensaba que jugaba con selecciones de las banderas de una vieja enciclopedia. Pero entonces la tele, ¿qué coño es internet?, se encargó de joderme el panorama hablando de países nuevos, con nombres raros. ¿Era Estonia? ¿Etonia? ¿Letonia era lo mismo?  ¿Y por qué Valery Karpin jugaba para los rusos habiendo nacido en Tallin? Cambiar a Rusia por la URSS fue fácil, pero ¿y los otros fragmentos? Simplemente daba rienda suelta a mi imaginación o esperaba a alguna retransmisión de juegos olímpicos o atletismo para tratar de rapiñar nuevas insignias nacionales. Mientras, en la libreta donde apuntaba los resultados de esos partidos imaginarios, la bandera estonia permanecía huérfana, solo con el nombre impreso en boli azul. Luego llegó un Atlas más moderno, luego la Encarta, las pajas con VHS, las pajas con internet, e internet como tal por supuesto. Ya no tenía tanta gracia... No obstante, mantuve ambas pasiones, fútbol y vexilología.


Un destino cuya lejanía es inversamente proporcional al tamaño de su estadio, ergo pocas entradas disponibles, pero un propósito tan sólido como poco probable sería cumplirlo. Este tipo de experiencias requieren un igual, un compañero de aventura. Todo se fraguó rápido, en un grupo de wasap del trabajo. Enseguida Antonio ENP y yo decidimos bailarle el agua a la UEFA y apuntarnos a su sorteo para tratar de ir a Tallin. Todo ello previa petición de permiso en casa, si no de qué. Mi mujer sabe muy bien mi punto débil, y desde aquí te digo, por si lo lees, que por mis huevos tenemos que volver juntos, es que ni te voy a hacer espoilers de la ciudad de lo seguro que estoy. La verdad que sería la ostia pod... ¡Pero calla ya coño! ¡Que le jodan a los clubes, que empieza el Mundial!


Porque Tallin, ajena al tumulto que la rodeaba, seguro que ya solo piensa en que el Atleti va a jugar allí como evento de la década, pero está a pocos kilómetros de la nación otrora imperio que organizó la que ha sido mi sexta copa del mundo como futbolero. USA 94 es especial pero no cuenta, solo vídeos de mis primos mientras se preguntaban qué habría pasado si ese día en Boston Sandor Puhl hubiera expulsado a Tassotti por echarle abajo el tabique a nuestro actual seleccionador. Todo giró entorno a esta posición desde el principio para España en la cita del país euroasiático. Nunca sabremos hasta qué punto la erupción del caso Lopetegui y el rígido relevo de Hierro afectó al devenir de los nuestros, pero está claro que tal como se dio todo, deberían haber llegado más lejos, que les faltó profundidad, y que hay una certeza que poca gente ve: se antepone el toque pastoso, no por pasto verde, sino por pastoso de pesado como una puta carbonara en medio la plaza la Constitución en Julio, se antepone digo, a toda rebelión en forma de desmarque directo o ruptura del plan establecido. Lo poco que rompía ese enfoque era el eternamente cuestionado Costa. Parece pecado apostar por algo distinto, aun viéndose que la cosa no pitaba: el fundamentalismo del fútbol horizontal. Con decirles que me fui a la playa en el descanso de la prórroga... Será por haber visto a España ganar tanto y tan seguido, pero no me joden las derrotas últimamente. Desde luego disfruté el resto del mundial como un enano en un gangbang a su gusto. Vi el 95% de los partidos, me envicié como nadie al FIFA Fantasy, un Comunio con las tetas operadas. Por cierto, los dos mendas que se van a Tallin campeón (Antoñito) y segundo (yo). De las demás selecciones, me apenó la eliminación temprana de Egipto, Marruecos y sobre todo Perú, y quedándonos en Sudamérica, pues confié demasiado en la anarquía argentina porque Mes-Sí, me sorprendió que la a sabiendas excelente Uruguay superara a Portugal por similares razones, y lo que sí reconozco es que veía a Inglaterra merodear la copa con permiso de una Colombia a la que hubo que echar con forceps y una Suecia 'cholesca' como ningún otro equipo. Bélgica eliminando a Brasil fue orgásmico, el gatillazo de Alemania erógeno, y la anfitriona merece mención especial, no solo por la atípica pinta de su entrenador, que no podía evitar mirarle fijamente cada plano que nos brindaba la realización, sino por haber exprimido hasta las semillas de un equipo absolutamente terrenal. Así me podría tirar hasta mañana, pero no tiene gracia porque, seamos francos, el mundial es un festival de verano, una anormalidad que esperamos y esperamos y que cuando acaba la fase de grupos ya está agonizando. En semis ya estamos mirando de reojo los fichajes de nuestro club, y en la final, en este caso íbamos todo el globo con Croacia excepto en Serbia y la Galia. Al final Antoine, Lucas... y Lemar (a ver cómo te portas chavalín) campeonaron la cita, mientras que mi Mandyuka se quedó a las puertas y el Vrsaljko menos mal que ya la ha cogido rumbo a Milano. Gran soplo de aire fresco el de los croatas secundados por los belgas. Más recuerdos en la retina, más marcadores y goles en el disco duro cerebral. Se fue una gran Rusia 2018 y así, sin más, nos olvidamos de estos corchetes futbolísticos que cada dos años telonean el verano en forma de Eurocopa o copa del mundo... El próximo en Catar, que encima de mangonear el próximo mundial nos birló a Gabi... Si al final acaba todo en clave rojiblanca...



¿Y la Supercopa de Europa? ¿Y el sorteo? Estos hijos de puta de la UEFA necesitaban tomarse casi diez días tras el fin de solicitudes para decirte si te tocaba o no, con la consecuente angustia de no saber si habría vuelos o si el alojamiento se agotaría o dispararía. Hace 25 años apenas podías saber la bandera estonia y ahora puedes planificar un viaje a su capital desde el váter de tu piso. Tras tantear el terreno decidimos jugárnosla. Y así nos llegó la buena nueva del salvoconducto a Tallin, justo cuando Infantino terminó de sortear en su mansión de Ginebra una a una las alrededor de diez mil entradas. No teníamos muchas esperanzas de antemano, pero o bien tuvimos potra, o no hay tanta gente dispuesta a plantarse en el Báltico en agosto para ver una final bastante trillada últimamente. El caso es que por una vez en mi vida, me tocó algo. Nunca me volveré a alegrar si me cobran algo como recompensa, pero en esta ocasión va a significar ver a mi equipo en una final, cosa que siempre he dicho con la boca grande pensando en mi fuero interno la dificultad para hacerlo. Felizmente los vuelos y el alojamiento fueron pan comido, y encima sin tener mucho dolor de bolsillo. Muchas cosas han cambiado en este tiempo, pero lo que prevalece es la pasión por estos colores.


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