miércoles, 16 de mayo de 2018

Mareando la perdiz desesperado

Esta previa quizá solo haya sido comparable a la de la primera final de Lisboa: me he visto todos los resúmenes de las finales de UEFA y Recopa, y por supuesto la final contra el Dinamo de Kiev enterita. Vaya repaso nos dieron por cierto. En ella quizá, fue cuando mi cuñado del Atleti comenzó a apodarme Damianenko, refiriéndose obviamente al carrilero zurdo que nos fustigó en Gerland. La historia es caprichosa, lo sabemos, al menos desde que eliminamos al viejo zorro alsaciano y su voluble Arsenal de autor. Ahí teníamos un nuevo billete para la ciudad de los hermanos Lumière. Por suerte o por desgracia, viejas heridas se recordaban, aunque por lo que he leído y visto, la superioridad absoluta de los soviéticos en aquella final, hizo que no doliera tanto. Esta vez, con el Cholo aún entre rejas, nos veremos las caras con un histórico franchute. Un equipo con corazón, buenos jugadores, y que además de tener una Copa de Europa que ya quisiéramos nosotros, tiene varias espinitas europeas también. Como curiosidad nuestra de cada día, con el tema de la final contra el Marsella, indagué un poco (sabía que el difunto tío de mi padre se fue a currar allí) y encontré a un nieto del susodicho, con avatar de l'OM incluido, faltaría más. Aparte de este affaire, justo antes de la final tengo otro evento. Hace dos meses lo menos, a sabiendas de que podría coincidir con el Atleti jugando la final, reservé tickets para ver a los Harlem GlobeTrotters. Si llegábamos finalmente, no me cabía duda que iba a dejar el espectáculo antes. Hoy sobre las 20:30, en un bar del interior del pabellón Martín Carpena, ahí estaremos dos atléticos y medio. Otra final...
A pesar de las ganas de ganarla que me embargan, y tonto del que no, surge una especie de paradoja: tras los dos últimos bofetones europeos, esta final de UEFA es como un trago de coca-cola después de probar esos dos trozos de tarta. Una tarta que tuvo sabor a mierda sí, pero con unas orejas grandes de por medio y con todo el foco y la expectación del mundo. Quizá nos arrepentiremos mucho tiempo del inevitable desprecio (ni se han agotado las entradas) que el que más y el que menos le está haciendo a esta oportunidad de ganar, pero el contexto es el que es. No obstante, a mí hace más de una semana que me baila el cuerpo, hoy me desvelé a media noche y cualquiera me quitaba de la cabeza el partido de hoy. Lo más probable es que haya pensado tanto en esta final por la imposición de ganar: el cumplir con el peso del favoritismo que nos hemos ganado a pulso, pero que sabemos se puede romper en segundos si uno saca pecho. ¿Qué puedo hacer yo para ayudar a los nuestros? Por fin me he dado cuenta de que absolutamente nada. De hecho, le he pedido el divorcio a la señora superstición, aunque esta se empeñe en hacer que el coche se me quede sin batería la tarde antes o que hoy se quede sin agua. A tomar porculo las cábalas y macumbas. Solo respetar el ritual de oír el CD de Lisboa. Si algo me ha enseñado la experiencia en estos avatares, es que Lyon no nos debe una copa, que el fútbol no le debe una mierda a nadie, y que hoy, si ganamos, estaré igual de orgulloso. Luego vendrá la misma sensación que me posee tras las grandes noches colchoneras: no soy nada sin mi familia, y el fútbol es una infartante droga sin corazón. En cualquier caso, espero que mañana al alba, sea con el coche que sea, tenga que parar en una gasolinera o kiosko para seguir apilando periódicos que glosen nuestras gestas. La camiseta la llevaré pase lo que pase, por dentro y por fuera.

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