
Yo siempre he sido cagón, y por consiguiente precavido en mis planes. Por eso merodeaba la web atento a los precios y su puesta en venta. Si no hubiera sido por una alerta a la que me suscribí, se nos habría escapado la oportunidad. No obstante hubo suspense. Volviendo del trabajo en coche le digo a mi colega que mire la notificación, para ver cuánto valen al menos. En vez de eso la única opción era una cola online para esperar más de una hora. Para vivirlo: del baño del niño al Mercadona, constantemente revisando la web. ¿Nos quedaríamos sin ir después de toda la ilusión que teníamos puesta en esa locura? Por fin llegó mi turno. Y entonces llegó el varapalo de los precios. Ya había pedido permiso repentino a mi mujer el mismo día que salieron, dijéndole que serían unos ciento y pico euros. Los cojones. Cuando me tocó comprar, la más barata era 250 más gastos de gestión, la mayor gitanada vista. Dudamos mucho, el tiempo corría hacia atrás rápidamente, pero la locura venció a la sensatez. Íbamos a ir al Wanda, al derbi nada menos, a costa de bocadillos y de una paliza de coche en menos de veinticuatro horas para reducir costes y mitigar el sablazo de los tickets. En mi caso, padre y marido, con el recargo de la discusión por la celeridad e irresponsabilidad de todo el tinglado.

Entonces llegó el día, y tras mi horita adicional de viaje, salimos desde Antequera a media mañana. Algún que otro cántico, poca música y mucha radio futbolera gracias a los horarios del ciervo del Tebas. Y venga a especular, y venga a hacer comentarios cagones... No tenemos remedio. Gracias a mi buen criterio ni tuvimos que coger metro, ni problemas para aparcar. A falta de llegar a tiempo para ver in situ el Fuenla-Rayo, vimos el Getafe-Barca y a las tías que pasaban en un bar con Toros Rossos y bocatones de bacon y queso. No era mi intención reírme del camarero, con lo educado que soy yo... Entonces se acabaron las tonterías, a pata pal estadio mientras aumentaba la cantidad de indios por metro cuadrado. Ya no había marcha atrás. Yo me lo esperaba más alejado de las viviendas, y conforme llegaba se apoderaba de mí la ansiedad. Como aún quedaba bastante, hicimos caso a la marabunta y esperamos la llegada del equipo mientras un imbécil que trataba de ligar no tenía otra forma de hacerlo que hablando de las finales perdidas y lo mal que lo pasó. Ya bastante se habló de ellas en nuestro viaje como para que ese carapoya me las recordara.

Abandonamos el estadio descargados, con más ánimo por parte del merengón, lo cual me evitó conducir a la vuelta. Yo hubiera firmado el empate antes del partido, pero ese encuentro tan soso no hizo justicia a nuestras expectativas. Yo solo iba por las risas durante el viaje y la previa ¿verdad? JA!
En mi último servicio a la excursión, sugerí una salida alternativa al atasco. De nada putos maricones. La vuelta con la radio y la puta mierda esa del chiringuito de propina, luego música que no terminaba de compartir, pero era la que pegaba para que los dos niñatos no se durmieran. Dos paradas entremedias, conmigo dormitando entre el cachondeo de dos bestias que yo con mi privilegiado y mordaz intelecto creé. Almuradiel, Andújar, Montoro... Y así llegamos, y tras pernoctar en casa de mis padres, tras menos de un día, volvía a casa con más mala cara e idéntica jeta de tonto que cuando me fui. Quizá no mereció la pena, pero me temo que volvería a hacerlo. Como dice Guillermo Francella en "El secreto de sus ojos":
En mi último servicio a la excursión, sugerí una salida alternativa al atasco. De nada putos maricones. La vuelta con la radio y la puta mierda esa del chiringuito de propina, luego música que no terminaba de compartir, pero era la que pegaba para que los dos niñatos no se durmieran. Dos paradas entremedias, conmigo dormitando entre el cachondeo de dos bestias que yo con mi privilegiado y mordaz intelecto creé. Almuradiel, Andújar, Montoro... Y así llegamos, y tras pernoctar en casa de mis padres, tras menos de un día, volvía a casa con más mala cara e idéntica jeta de tonto que cuando me fui. Quizá no mereció la pena, pero me temo que volvería a hacerlo. Como dice Guillermo Francella en "El secreto de sus ojos":