miércoles, 5 de octubre de 2022

Billete de vuelta a la tristeza

Me voy acostumbrando a ambas cosas, pero esta vez el Atleti me ha dado peor noche que mi niña. En la vigilia, mientras veía de fondo Die Kaiserin (el Cholo tiene más problemas que Francisco José, y el dinero no es uno de ellos) y me percataba consternado del resultado, me impuse el propósito de borrar este partido de mi mente, y eso que lo poco que vi, que fue hasta la meada del primer gol, no me disgustó, y ello casaba con la ilusión tras los efluvios del partido del Pizjuán. Precisamente por aquella esperanzadora victoria duele más este revés europeo, en un campo y ante un rival que me producen pavor, al historial contra ellos me remito. Como sé que no me da la vida para hacer posts históricos de equipos (con el del Oporto llevo más de un año), pues inciso al canto: la ciudad portuguesa y la belga, apenas difieren etimológicamente, porque Brujas no tiene nada que ver con ungüentos para abortar, males de ojo y titulares baratos que desempolvan vocablos de halloween, sino que es una deformación de Brugge, algo así como atracaderos o muelles. Así que primas hermanas ambas, y nosotros zozobrando en medio.

Lo dicho, de tanto querer olvidarlo, no me ha quedado otra que exhorcizarlo aquí. Purgar mínimamente la depresión compareciendo, por vergüenza atlética y por el qué dirán que me autoinflijo. Mientras, africanos que pasaban como aviones, mezclados con un catalán inventado y nativos cuyos nombres, ensalada de kas, uves y jotas, me evocan ciclistas noventeros, nos volvieron a hacer invisibles en ese estadio cuya arquitectura y gutural acústica anuncian encerrona en Flandes... Aunque más de una vez y de dos he planificado un viaje por el Benelux, si esa utopía cuajara, seguramente cuando ya esté jubilado, si es que llego, miraré de soslayo y timorato al orgulloso Jan Breydel, y dudo que, cual entrada a un museo de torturas, me aventure a ver las añejas y a la vez esbeltas dobles gradas de su interior. Mientras tanto, no quiero que volvamos allí a jugar,
si eso les dejamos al pobre Giménez como tributo, que más allá de su indudable entrega, me da a mí que en el Mundial no se perderá ni un minuto mientras que con nosotros es Samuel L. Jackson en El Protegido. Con todo el dolor de mi corazón, ya la broma cansa y no debería pasar de junio. Para colmo, Llorente también fuera, João que no entra y el penalty a la milanesa de Griezmann terminaron de envolver esta horripilante noche, que colgó a la nueva camiseta Sunny Delight un sambenito presumiblemente perpetuo. Ayer curiosamente me convencieron para pillarme la segunda camiseta de liga, lo que son las cosas. 

Cuánto queda y qué poco a lo que agarrarse para cumplir, no ya los objetivos más ambiciosos, sino los bajo mínimos, esto es: pasar como segundo y quedar cuarto en liga para volver a penar, engullidos en noches otoñales sobre estadios ebrios de sangre. Menos mal que tras el espejismo de Nervión yo juro que veo, en los duermevelas entre pañales y gasas lechosas, el oasis de Catar 2022. Para eso he quedado, para rehuir los partidos del Atleti, cosa que ni en Segunda ni en la época de Costinha me pasó. Pero ahora hay una fortuna que tememos perder por el precipicio que se atisba. Una suerte de la ignorancia era la felicidad. Ahora pienso en el Girona y me da sudor frío, es lo que tiene la constatación de que no hay milagros y el equipo sigue perdido y roto tras el espejismo sevillano y, lo que es peor, presumiblemente en el atardecer de una década prodigiosa.

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