sábado, 5 de diciembre de 2020

Metamorfosis

La primera parte transcurrió tal como Sergio quería y la segunda y definitiva a pedir de boca del Cholo, y de cualquier indio que se precie. Me sorprendió tanto como la continuidad del sistema de juego el inicio atrevido de los del Pisuerga, aunque esa película ya la vi este verano, sin público también, cuando nos costó la vida ganarles. Pero tengo muy claro que el mayor número de cambios nos beneficia más que a nadie en España. Sin embargo, ninguno de los ingresados fue el que abrió la lata, sino Lemar, coast-to-coast, pura fe en un balón difícil de rematar y que ni siquiera tenía su nombre. Enseguida se le quitó esa mirada de tocapelotas al bueno de Masip y solo entonces empezó a no tardar cuarenta segundos en cada saque. Pero qué les voy a contar, si de esas hemos hecho nosotros así de veces. Muy buena primera parte del Valladolid, que si bien no hizo sudar a Oblak, sí que remató mucho, aunque fuera por finalizar. Pero tanto tienes, tanto vales, y tras el entreacto se notaron los quilates en la balanza con Llorente, Joao y la jerarkía de Koke. Kondogbia y Torreira pura fibra en la separadora también. Pero fue de nuevo by order of the fucking Peaky Blinders como Trippier, el cual vuelve a regentar su propia casa de apuestas, peinó un balón a un auténtico mastodonte como Llorente, que flota como un águila y pica como un dientes de sable. Esa definición la podría haber firmado el mismísimo presidente del Valladolid, que me han dicho que la toca y tal.  En fin, que pasamos de la ceja levantada a la sonrisa bobalicona en cuestión de un par de cambios. Son necesarios estos trucos para seguir opositando, pero ese jugar con fuego en partidos de obligado cumplimiento pilla con la guardia baja al más pintado. La siguiente sesión de liga será en el Paseo de los Melancólicos que han montado en Valdebebas. Al menos tras ganar en el Pizjuán solo llorarán por un ojo. Ni caso a esos cocodrilos con cuernos que nos felicitan por la liga. Pasen de ellos como hizo Marcos con Roque Mesa cuando fue a buscarle la boca, aunque no sé que hago hablando de muertos, que está feo. Un condón en cada oreja y pa Salzburgo a no repetir cagadas con otro Red Bull, que ya tuvimos bastante en Lisboa. No hemos hecho una puta mierda aún. La única concesión que os dejo es que os memoricéis el calendario de partidos.

martes, 24 de noviembre de 2020

Mia san mia

Fruto del descontento de algunos miembros de una sociedad gimnástica, entre ellos un berlinés y un escultor de Dortmund, nacía en 1900 el FC Bayern en el restaurante Gisela, sito en la propia capital bávara. Conociendo el estilo para denominar clubes que tienen los teutones (Arminia, Fortuna, Hertha...), podía haberse llamado por ese simple motivo el Gisela de Múnich, pero no, tuvieron que complicar las cosas a futuro... Porque, como siempre hay algún despistado que no se ha tomado la aspirina, recordamos que Bayern viene de Baviera, y que los losanges blanquiazules de su viril escudo, qué casualidad que son los mismos que los de la bandera de dicha región, o Land, como dicen los alemanes. Múnich, conocida como Minga (¿de Gisela?) en el arraigado dialecto de esos lares, es entre otras cosas lugar de nacimiento de Sissi Emperatriz y de algún alto mando de las SS, cuna del Oktoberfest, del nazismo, y testigo del carácter más alegre y extrovertido de sus sureñas gentes, diferentes al resto de cabeza-cuadradas, como les llamaba Felipe, un señor tío de mi cuñado Ricardo que vivió casi toda su vida en Frankfurt trabajando para Lufthansa y me traía muchos chirimbolos; entre ellos, cómo no, material futbolero. 

Trofeo Viktoria
Los comienzos no fueron duros en lo futbolístico pero sí en lo financiero, y fruto de esos números rojos, visten hoy día dicho color en sus pantalones tras una fusión momentánea con el Münchner SportClub e.V., que sobrevive hoy en día con secciones de hockey y tenis. Por cierto, esa coletilla la habrán visto más de una vez en instituciones como equipos de fútbol, significa eingetragener Verein, algo así como sociedad registrada. En 1913 llega a la presidencia Kurt Landauer, que instaura, entre otras propuestas innovadoras, la curiosa tendencia de contratar técnicos británicos. A lo largo de varias etapas, trufadas de un par de guerras mundiales, es a día de hoy el máximo dirigente que más tiempo ha ostentado el cargo. Por eso tuvo tiempo de presenciar hechos insólitos, como el primer campeonato regional del sur o el campeonato nacional allá por 1932. Justo después todo empezó a torcerse con la llegada del nacionalsocialismo al poder. Landauer era judío, como por ejemplo también lo era el entrenador de aquel entonces. Eso le salió caro a él y al club. Tanto, que si no hubiera servido en el ejército en la primera Gran Guerra, Cruz de Hierro mediante, habría ido derechito a Dachau. No obstante se exilió a Suiza, donde se dice que sus exjugadores le saludaron en un amistoso. Tras el estallido de la 2º Guerra Mundial, otra gran figura como fue el capitán de la primera liga, Konrad Heidkamp, se hizo cargo de salvaguardar los trofeos de la entidad, entre ellos la preciosa copa Viktoria. Poca broma cuando los nazis estaban pidiendo que los equipos donaran sus copas para financiar la guerra... Finalmente ésta terminó y Landauer pudo volver, eso sí, sin llegar a contemplar la época del arranque definitivo del Bayern como grande de Alemania y Europa. En ese trayecto, Kurt no fue tenido en la estima suficiente hasta hace unos años, cuando fue nombrado presidente de honor póstumo y se gritaron a los cuatro vientos los antecedentes semitas de su figura y la propia entidad, sin rehuir nunca más el apelativo de Judenklub, aunque como vamos a ir viendo, este equipo trasciende al mundo.

Beckenbauer, Maier y Müller
A inicios de los sesenta la Bundesliga no existía. En Alemania Federal no se estilaba la profesionalización e integración a nivel nacional del resto de la nobleza del fútbol continental. Sin embargo, eso no les privó de ser campeones del mundo en 1954. La organización continuaba basándose desde 1903 en un formato disgregado en ligas regionales, que confluían en unas eliminatorias finales a nivel nacional. Fue en 1963 cuando se disputó la primera edición, en la que los bávaros rojos no formaban parte de la primera categoría tras una decisión controvertida, pues tampoco lo merecían según el criterio establecido los vecinos del 1860 München, eterno rival que anda en horas muy bajas. En ese momento, de la mano de otro gran presidente como Wilhelm Neudecker, los que estaban contra las cuerdas eran nuestros amigos de hoy. No tardaron en llegar a la cima. Con una inercia ganadora que iría apareciendo progresivamente fruto de empezar desde abajo y de la mermada economía. Así se forjó una generación con jugadores de los alrededores que forma parte de la historia del fútbol mundial, como Sepp Maier, Beckenbauer y un tal Gerd 'Torpedo' Müller (goleador histórico e inalcanzable). Antes de su primera Bundesliga ya se habían asomado y de qué manera por las competiciones europeas, ganando la Recopa ante el Glasgow Rangers. Justo antes de la nueva década ya tenían su primera liga en este nuevo formato, y poco después enlazaron tres consecutivas. Eso les permitió batirse el cobre con la crème de la crème del viejo continente. En este camino hacia la cima lo que predominaron fueron los técnicos yugoslavos, seguidos por el gran Udo Lattek, que dirigió también en un periplo intermedio al único equipo del país que matenía la mirada al Bayern en los setenta: el Borussia Mönchengladbach.

Todos los clubes que hoy en día son peces gordos han sufrido en algún momento de su historia un punto de inflexión, un hito que cambia sus devenires radicalmente para llevarles un escalafón más arriba a perpetuidad. El Barça con la llegada de Cruyff al banquillo, el Real Madrid fichando a Di Stéfano o, si nos ponemos más mundano$ Abramovich en el Chelsea o los jeques de París o la mitad sky blue de Manchester. En el caso del Bayern, ganar su primera Copa de Europa fue más bien la consagración definitiva de la apuesta por jóvenes talentos en la carestía de años antes; de hecho esa columna vertebral se proclamó campeona del mundo en ese mismo año 74. Pero lo que sí es cierto es que en el caso de nuestro Atleti, se perdió un tren que le pudo haber permitido cambiar su indiosincrasia. En la primera puja por la orejona de bávaros y madrileños, nos pusimos por delante con un gol de Luis en la prórroga. El muy amo lo celebra antes de que entre. Pero... en el minuto 120, un narigón apellidado Schwarzenbeck, algo así como Montenegro en español (si, sé algo de alemán, ¿qué pasa?), tira desde su casa e iguala. El portero era el gran Miguel Reina, cuyo hijo Pepe fichó por el enemigo cuarenta años después. Ese balón raso dejó el corazón de todos los colchoneros más frío que el metal del Atomium que flanqueaba la curva sur del coliseo belga. Según cuenta Uli Hoeness (otro mítico) sobre esa final, estaban tan reventados al día siguiente que no podían ni andar, pero más lo estarían los nuestros, destrozados anímicamente. No había penaltis. ¿Se imaginan que hubiéramos ganado así? Solo dos días después, en el partido de desempate disputado en el mismo estado Rey Balduino de Bruselas, Die Roten nos hicieron un ojete nuevo, con un 4-0 inapelable. ¿Que por qué entro en tanto detalle en esto? Porque hay atléticos que me producís ascopena al ni siquiera conocer este hecho. Yo me enteré de bastante chico, y he de decir que tiré a la basura un banderín de los bávaros que el bueno de Felipe me había regalado (aún conservo como oro en paño el resto). Años después vi el partido, comentado por el mismísimo Luis Aragonés, y he de decir que fue un soberano coñazo. Se dice que les dimos un baño, y yo sostengo que no, si acaso llegamos un poquito más... Por algo sería que ganaron luego dos más (ante otros que se quedaron a medias en Europa como Leeds United y Saint-Éttiene), aunque al igual que la nuestra, jugando puta mierda en las finales, que como dijo el propio Don Luis, "se ganan y no se juegan". Ahora, a mí no me joda usted con lo de que "del subcampeón no se acuerda nadie", a mí me lo recuerdan cada nueve por tres.

El difuminado del núcleo duro de esa generación maravillosa, de la que también hay que mencionar a los continuistas Paul Breitner y cómo no a Karl-Heinz Rummenigge (Breitnigge), dio lugar en su ocaso a un pequeño bache en los éxitos, que ya lo quisiera el 99.9% de equipos para sí. Pero una cosa que hace muy bien la entidad alemana es preservar su identidad ofreciendo altos cargos a leyendas del club. Así Beckenbauer fue entrenador en cortos periodos y presidente, Rummenigge es director general a día de hoy, y qué decir de Uli Hoeness, que tomó las riendas como gerente tras retirarse prematuramente por lesión y engordó las arcas bávaras sobremanera en su desempeño. Eso sí, poco después de suceder a Beckenbauer como presidente fue condenado por evasión de impuestos e incluso pasó por chirona. El día que pase eso en España me hago del Castilla. Luego el cabrón volvió a la presidencia... Muy protagonista Uli, pero no olvidemos que en los ochenta, por mucho que se empeñara Gabinete Caligari, el que la tocaba de verdad era su hermanísimo Dieter Hoeness, con Augenthaler a la espalda y Lothar Matthäus omnipresente. En esa década el Bayern probó su medicina en sendas finales perdidas ante Aston Villa y Porto, pero continuó engullendo campeonatos locales y siendo por un tiempo la bestia negra del Real Madrid, con el que componen el derbi de Europa.

Estamos en el ecuador de la historia, justo cuando yo empecé a enterarme de qué iba esto del fútbol y quiénes eran los que ganaban casi siempre. Uno de mis primeros recuerdos europeos fue la final de la UEFA de 1996. Esa donde sometieron al Bordeaux de Zidane y Lizarazu. A partir de ahí el Bayern siempre me ha ido demostrando que es la metalurgia, el martillo pilón, el único, con la salvedad eventual Juventus o Milan, que puede mojarle la oreja a las dos dragones nacionales. No obstante, la última década del siglo no fue ni de lejos la mejor de los tedescos, ni siquiera a nivel local, y por supuesto tampoco a nivel Champions, donde dos corners en el Camp Nou ante el Manchester United en el alargue les privaron de revalidar un título que, recordemos, se les resistía desde 1976. Ahí es donde les cuelo el término Bayerndusel. Es algo así como el Fergie-Time de los propios Red Devils. Un adjetivo despectivo para los que siempre marcan al final y se las apañan para salir airosos cuando están acorralados. Yo lo que creo es que cuanto mejores jugadores se tienen y más pesa la camiseta, más duda el rival y menos el que ataca. Otra cosa es que para llegar a ese estatus hayas tenido una pizca de suerte, pero de ahí a basar en ello el éxito rotundo de grandes clubes...

El nuevo milenio, ya sin Matthäus, pero entrenados por Ottmar Hitzfeld, capitaneados por un mastodonte como Effenberg, y jugones como Scholl y Salihamidzic o el opacado goleador Élber, dio lugar por fin a la ansiada Copa de Europa, su primera en el formato Liga de Campeones. Eso sí, pasaron un auténtico calvario, aunque la peor parte se la llevó un bravísimo Valencia CF, que cayó en un trabalenguas de penaltis ante el grande, único, volcánico, titánico y monstruoso Oliver Rolf Kahn. Además, en un paso hacia la modernidad, dejaron el legendario Olympiastadion para mudarse al Allianz Arena, una freidora de rivales con una luminotecnia externa que lo flipas. Si bien esto, perdieron ahí una final de Champions en 2012 contra el Chelsea. En la primera década del siglo XXI, continuaron con el dominio nacional, pero permitiendo la alternancia de numerosos equipos que también se hacían con la ensaladera liguera o Meisterchale. A partir de esa final, no han vuelto a perder una liga, y en 2013, con Jupp Heynckes en el banquillo, lograron el triplete con la dupla Robbery en las alas, Lahm, Schweinsteiger, Thomas Müller y Manuel Neuer de propina. Al año siguiente aterrizó el amigo polaco de Gerd Müller, Lewandowski. Pasó el trienio guardioliano, con sus tres semis frustradas ante equipos españoles (aún me acuerdo de la vuelta de esa eliminatoria, que me la perdí por el niño en el hospital por una mierda de fiebre que no era nada). Y por fin llegamos a la época actual, con la inesperada nueva tripleta en plena pandemia con un hombre la casa llamado Hansi Flick, un desconocido hasta 2020, a los mandos.

Se habrán dado cuenta, como yo, que el Bayern es un club muy suyo. Un club que lo pasó mal hasta llegar al estrellato y que no negocia su identidad y sus raíces. Por ejemplo, más de una vez han ayudado a su eterno rival local, el 1860 München, para que salgan del bache financiero, o son uno de los clubes que más involucra a los jugadores con los aficionados, hasta el punto que parte de su contrato implica esta labor (parece una tontería, pero todo lo contrario). Es fácil criticar porque sí al que está arriba, yo también lo hago mucho, faltaría más, pero en este caso a mí me han ganao. Tengo que volver a insistirle a mi compadre Sánchez para que encuentre esa camiseta del Bayern que dice que tiene en Almáchar, pero conociéndole, capaz es de ser del Leverkusen. El lema en dialecto bávaro con el que titulo el post, habla más que lo que yo he querido transmitir: "Mia san mia" ("Nosotros somos nosotros"), y no hay más que hablar... Aunque no me quería despedir sin incluir esta última y curiosa imagen de la final que nos ganaron, en la que a pesar de ser ellos mismos, los joputas se pasaron de caballerosidad cogiendo la copa de rojiblanco. Por desgracia no es la vez que más cerca hemos estado de ganarla... Hasta la próxima o, como diría un bávaro, ¡servus!

domingo, 8 de noviembre de 2020

Casa

Tras el cabreo de Moscú, donde se nos cayeron las ocasiones, llegamos al Metropolitano y dos goles en las dos primeras. Es lo que tiene el hogar. Seguro que en la terminal del aeropuerto de la ciudad moscovita más de uno del plantel se dijo "Ojalá estuviera ya en mi casa". Porque en nuestros dominios todo son buenas noticias en esta frenética temporada de liga. Antes del mismo hemos gritado "casa" al llegar al Wanda, como si fuera esto el pilla-pilla, y tras ofrecer unas prestaciones inusitadas, seguimos invencibles en el torneo doméstico, como el niño que toca la pared y ya nadie puede alcanzarle. Quién nos lo iba a decir tras esos dos ceroceros tan feos que íbamos a estar donde estamos. Porque llegaba el Cádiz, mojama pura, con perros de la guerra como Fali, Espino, Cala o Negredo y peloteros como Álex y Augusto Fernández, tan disciplinado que juega con el piloto automático, imbatido e invicto fuera de casa. Antes de seguir, me alegro infinito de que haya vuelto el equipo de la Tacita a la élite. Ya estaba bien de solo verlos en el Trofeo Carranza... Pero a pesar del percal que se presentaba (que conste que tenía clarísimo que ganábamos) se superó el resultado de la última vez, que vaya recuerdos que me llevé al ver un resumen por la mañana (Torres con melena rubia, A. López, Maxi, Leo Franco, Petrov cuando aún no había gripado...). El Atleti emuló con creces el desenlace de ese choque que no se jugaba desde 2005. Supo tambalear el árbol para recoger sus frutos rápidamente, y luego pudo vivir de ellos sin la zozobra de otras jornadas, donde el postre llegaba demasiado tarde. 


Y eso, que todo es fabuloso, como la canción de la Legopelícula. Si hasta vuelve Koke a la sele... Lo de Marcos no sorprende tanto, porque si no hubiera ido habría que haber llamado a Tassotti para que hablara con Luis Enrique. El otro Lucho, nuestro uruguayo, se llevó palos de todos los colores, y me alegré por su gol más que del resto. Encima ya debutó Kondogbia, lo que exhorcizó el amago de hetingazo que daba por hecho al irse Partey. Está además el pitbull Torreira como si llevara aquí toda la vida; pareciera que el ghanés se dividió en dos partes antes de irse, porque si fusionamos a nuestros dos nuevos centrocampistas a mí me sale un Thomas. ¿Qué más? Asoma la patita Herrera (me llamaban loco), Shoao y Llorente son de videojuego (pero de los jugadores que se crea uno to'trucaos), Rambo Savic ya creo que ni suda, vuelve el comandante Giménez, a Oblak apenas hay que nombrarlo... Que el principal problema sea tener que mirar constantemente el contador del gasoil por la acumulación de minutos es de agradecer. Encima con lo de tener partidos pendientes, la prensa sigue sin tomarnos en serio. Tanto mejor.


Y ¡que sí, coño! Que hay mierda bajo la alfombra y más que vendrá al doblar la esquina: los laterales a veces miran para otro lado, nos rematan demasiado, Saúl lleva dos años sin encontrarse, viene el Parka al Wanda la próxima jornada, el virus FIFA puede decirle al covid que le sujete el cubata y vengan todos lesionados, sí. Pero ya habrá tiempo de pensar en eso, ahora lo que estoy es muy a gusto, recién duchado, sin más ruido que los lametones de fondo de mi perra  (suena regular pero me la suda), cómodo en mis aposentos escribiendo este sinsentido, y sé que ahora viene el parón de selecciones y me confinaré mentalmente en este punto de control tan dulce. Sigo en mi burbuja futbolera para ignorar la vida real con dudoso éxito. No leo más que noticias de deporte, no sé ni si han cerrado mi comarca, ni quién ha ganado en Arizona, y a la UEFA Nations League solo la quiero como follamiga. A mí solo me late mi Atleti, y durante dos semanas tendré un cardiograma que ni Induráin.

lunes, 2 de noviembre de 2020

El lubricante social

Esta vez le quitamos el opio al populacho y lo transformamos en Johnson & Johnson. ¿Cuántas veces el atisbo de un escudo peculiar en la pechera del prójimo ha actuado de rompehielos? Otras veces todo queda en una silenciosa complicidad, fruto de saber que el individuo no olvida de dónde viene, y tiene un banderín de Banfield, una camiseta del Celta o una bufanda del Betis. Pero es innegable que este maldito deporte, disfrazado de mil formas, cataliza miles de verborreas, que vaya usted a saber dónde desembocan. En mi caso, aparte de abrirme puertas a través del propio juego, es decir, uniéndome a pachangas por invitación o jugando en una venta perdida de dios con chavales de otros colegios, me ha ayudado a darme a conocer en lares que van de bares a facultades, de citas con el mecánico a compañeros de trabajo inolvidables. Porque sí, yo en cuanto me dan pie, me apodero del esférico y digo que soy del Atleti. Me acuerdo con espanto cuando en el primer día de instituto nos emparejaron para hablar con otro compañero. La idea era contar algo de nosotros mismos, y luego decírselo al profe enrollao delante de todos. La niña, qué afortunado fui, ¿verdad? no llegó a saber más de mi que me gustaba el fútbol y mi pasión rojiblanca. 

Gracias a Neptuno podemos volver a coordenadas más amigables, y volver a mi última etapa laboral. Un rasgo necesario pero algo asqueroso de mi personalidad, es actuar cual perro de aguas: huraño y sieso al principio, con miedo a ser pesado, y luego al mínimo contacto positivo, dar rienda suelta a demasiada información, innecesaria también. Otra cosa es si luego doy con gente maravillosa y me cogen el guante riéndose conmigo. Así descubrí a todo nuestro pequeño mundo futbolero cómo el gran Antonio ENP no solo era malaguista, sino colchonero. Si no que se lo pregunten al fondo sur del A. Le Coq Arena de Tallinn. O el raulismo del bueno que sepultaba el desencanto con su Córdoba del otro Antonio, con su consiguiente olvido al infrafútbol a pesar de su background en los banquillos infantiles. A descubrir el orgullo colombiano en el mundial de Rusia, la esperada afinidad con mi compadre el Bétiko, que me permitió disfrutar de la biografía de Joaquín antes de regalársela, las anécdotas de mlopez con la Peña Malaguista de Barcelona o la hermandad con Markie Mark, que me hizo tener equipo favorito en Inglaterra antes de Bielsa con sus historias del Leeds, tan diferentes a las que Vitaliy me contaba del refundado Dnipro y de cómo debían ser las cosas en Ucrania para no mosquear al estamento inadecuado. Cuando yo ya me había soltado el pelo hacía tiempo, llegó un argentino muy simpático: lo primero que le pregunté fue ¿de qué hincha sos? Pinché en hueso porque no le gustaba, como me dijo con una sonrisa. Quizá fue el primer indicador del fin de ciclo, pero lo cierto es que aunque cuando jugábamos lo hacíamos al NBA y delante de una videoconsola, el fútbol fue muy partícipe a la hora de darme a conocer en el mejor grupo humano que me he cruzado en un entorno laboral. Si hasta Francisco, llamémosle nuestro entrenador, al día siguiente a mi renuncia me puso una foto de Hugo Sánchez de avatar para tirarme a dar... Como esta gente sabe de qué pie cojeo, en mi partido homenaje en la distancia, recibí en forma de presentes dos piezas de museo que valen más que todo lo que intento transmitir, porque aquí ya sí que me quedo seco, sin más palabras que de agradecimiento.

lunes, 19 de octubre de 2020

El equipo y el pueblo

Últimamente tengo que volver muchas veces a ese término que la mayoría podemos usar con morriña, con repelús, o con ambas cosas: El Pueblo. No tendría aquí la menor importancia si no fuera porque no paro de toparme con recuerdos de niño cada vez que ordenamos una habitación: equipaciones, relojes, llaveros, posters, calendarios a mano del añito en el infierno... Una gran parte del ecléctico elenco que yo llamo mis mierdas del Atleti. Encima leyéndole un libro a mi niño para que se durmiera, descubrí con orgullo unas actividades finales en las que mencionaba al Vicente Calderón en un imagina tu historia... 

Unas horas antes, mi estado de alarma personal y la zozobra que se cernía por la salida en falso tras la salida en falso del propio campeonato, hicieron que me perdiera gran parte del partido; solo vi unos 25 minutos. Me perdí el comienzo, del que he oído maravillas. Al parecer fuimos los Celtics de 2008 y Lemar se disfrazó de Rajon Rondo. Sí que me dio tiempo a ver al omnipresente Torreira, que si puede aguantar los partidos completos me vale y mucho. El que no aguantó fue Diego Costa, y en mi reverso más malévolo me alegré: ¿puedo ser más mezquino? ¿Acaso eso va a mejorar al equipo? Tengo la sensación de que Balaídos es un lugar donde cuando llegamos bien palmamos y cuando llegamos con el gancho sacamos los tres puntos. La similitud entre todas las visitas a la ciudad olívica es que siempre nos lo ponen difícil. Para todo lo demás, ¡Rambo Savic! El final del partido lo oí en la radio mientras volvía a donde comenzó todo. Ganó el Atleti, ganó además el equipo del pueblo, y encima perdieron Pili, Mili y de propina el Sevilla (por rival directo, no por mierdas territoriales). Definitivamente cuanta menos atención les presto, parece que los muchachos salen mejor del atolladero. 

Yo es que tenía otras misiones más importantes. Entre ellas, ir a la comunión de mi sobrino-nieto Darío "Trippier", un campeón literal de atletismo, que por tener una hucha del Atleti se llevó propina al donativo que ya tenía. ¿Seguirá mi hijo el camino difícil? Al menos desde los tres años reconoce el escudo, sin mucho hincapié por mi parte. Al principio pensaba que iba a dejarle elegir, no influenciarle lo más mínimo con el fútbol, ni mucho menos con el equipo que eligiera, pero con el tiempo me di cuenta de que si está en mi mano, tengo que actuar. Así algún día será Hernán quien volverá a Vélez-Málaga y probablemente descubra sus mierdas del Atleti, y entonces sienta el mismo orgullo que yo sentí este finde porque, aunque me despierte con el partido empezado y veo los goles al día siguiente, nadie es más colchonero que yo.


miércoles, 7 de octubre de 2020

Paseo de un melancólico

Uno de las múltiples entradas que quedaron en el limbo año tras año fue una titulada 'El factor Thomas'. En ella quería remarcar ese ritmo diferente que aportaba el ghanés en un equipo tan ajedrezado como el nuestro. Ese latigazo desde fuera del área, esa zancada tan africana, esa pausa con amague tan características, factores muchos de ellos asociados por ende con la irregularidad. Ahora todo eso se terminó. A "cambio" llega alguien con ADN Cholo, al menos eso entiendo yo, que he visto bien poco a Torreira. Que sea uruguayo es, al sol de hoy, la principal garantía de su fiabilidad. Hablando de charrúas, y volviendo al principio del resumen que quiero esbozar, vino Luis Suárez por Morata. Cambio que digerí con incredulidad doble, primero por la sorprendente salida del niño pijo y segundo por poder hacernos con los servicios de un gran goleador para al menos una temporada más. La llegada del croata Grbic, un portero con pintaza que jamás sustituirá en mi corazón a mi pobre gatito atropellado (vaya portero si el Atleti tuviera sección felina que se perdió) me produce más miedo que ilusión, porque proyecta la posible partida de Oblak, que menos mal que sigue (al igual que Giménez). Además solo entiendo la salida de Arias si es por ser extracomunitario. Precisamente en un lateral brilla el único rayo de esperanza de un ámbito tan identitario e importante en estos tiempos de crisis como la cantera, con la llegada al primer equipo de Manu. También entra en este pack el hecho de que se haya considerado a Mollejo para quedarse hasta última hora y que finalmente se vaya a un club curtidor como el Getafe. Volviendo a Thomas y continuando con la cantera, duele ver cómo los jugadores de cuna se marchan, muchas veces a proyectos incluso menos ganadores que el Atleti, o a sabiendas de que lo tendrán más difícil para jugar. Lucas, Rodri, ahora Partey... 

Creo que es el momento de una reflexión por la que algún aficionado de equipo más humilde se cagaría en mi sangre pero: es difícil ser del Atleti. En un campeonato con Madrid y Barcelona, los dos mejores equipos del mundo casi todo el tiempo, es muy complicado asomar la cabeza para agarrar títulos, pero a poco que lo hagas bien siempre los estás rondando, con lo que alimentas la rueda de la ambición. Siempre viendo de refilón el precipicio que acaba en tierra de nadie, en una contradicción de objetivos constante, porque por masa social e historia pasada y contemporánea somos inferiores a los mencionados (aún mermados también) y hemos de superar al resto de aspirantes, ya sea un Sevilla (ojo aquí!), un Valencia o un Villarreal que tenga el año. En Copa de Europa más de lo mismo: tenemos mística reciente y mimbres para competir (cada vez menos), pero no el presupuesto que te da tener las individualidades que te coronan un proyecto que pueda alzar una Champions, que aún sonando a quimera hemos tenido tan, tan, tan cerca que nos impide aún ver la dificultad que entrañó, y tan solo nos ciega en una fiebre enfermiza de feberero en adelante. En contrapartida, esto nos da para ganar la Uefa, pero mirando siempre de reojo a la orejona, sin disfrutar plenamente del triunfo. Aburguesamiento en el barrio se llama la enfermedad. Sí, ya sé, un discurso cenizo para variar por mi parte...

Ya que estamos desilusionados y doloridos, sigo a lo mío... Me duele casi tanto ver a Saúl de mediocentro que de lateral izquierdo, incluso los días que estoy más amargado, como hoy, me duele no haber visto casi nada a Saponjic y sí haber visto en cambio a Costa ni siquiera guarrear ni hacer el ridículo fingiendo penaltys mientras estaba en el verde... Porque ni rastro de las salidas para liberar masa salarial. Volvemos a tener que confiar en Diego como en una pareja reincidente a falta de otra cosa mejor con la que aliviarnos. De Lemar muchos seguimos pensando que es buenísimo, pero siempre fuera del Atleti. Vitolo cada vez recuerda más a su compatriota Jesé... Son tiempos raros, pero la plantilla se podría haber gestionado de otra forma más inteligente. El Cholo lleva años estancado, pero es el principal artífice y referencia a la que agarrarnos. Seguimos estando no entre los cuatro, sino entre los tres primeros, y aún así parece que a la mínima que no se cumpla ese objetivo estaremos en la mierda absoluta institucionalmente hablando. Todo ello tras cambiar de estadio, tras invertir desde que está Simeone una cantidad ínfima en fichajes. Siempre se atisban vacas flacas a la vuelta de la esquina para los traumados como yo, que hemos pasado en la adolescencia la época más oscura de este equipo. Tarde o temprano se volverá a mirar para el palco, ya lo hacemos con la anestesia puesta, pero centrémonos en lo inmediato. Este año firmo ser el último del vagón de Champions en liga y pasar a octavos en la misma. El año pasado era más o menos lo mismo, pero con menos melancolía por lo que dictaban los movimientos de mercado, siempre mucho más ilusionantes para el seguidor que las propias pretemporadas. Todos andamos con el pie cambiado, pero apenas ha cambiado nada desde el año pasado. La única transición ha sido la del paso de ese fugaz 6-1 a los cerocerazos de antaño, donde dije Celta digo Villarreal. Los laterales no punzan arriba, en el medio parece que se camina sobre engrudo y arriba hay pólvora sin mecha... Y ya está, qué más voy a decir yo, si solo hace meses que me estoy empezando a fijar dónde se colocan los jugadores porque antes era un obtuso leyendo partidos con rayas rojiblancas de por medio.

Esta situación de mierda encima tiene el problema de los partidos sin público. Hace poco más de un año visité por primera vez el Metropolitano en un derbi en el que Thomas fue el mejor. En su momento casi que me arrepentí de ir, y ahora mataría por hacerlo. Pero no se puede entrar al estadio, ni oír al público espolear al equipo. Precisamente cuando tenemos una canción de puta madre para cantar (nunca sustituir a nuestro himnazo)... Porque sí, una de las cosas buenas, que voy trufando entre tanta llorera, ha sido ese tema de 'Partido a Partido', que a mí me ha cautivado y me ha hecho perdonar a Sabina por su excesivo complejo de inferioridad con el puto Real Madrid en el himno del centenario. Quizá por el título de la susodicha canción el Cholo volviera a mencionar tan manido pero olvidado mantra en la rueda de prensa, hasta habló de recuperar la pelota parada... Lo que sea Diego Pablo, pero eres nuestra única esperanza. En este parón tras nuestro propio parón, a ver qué coño se te ocurre para espabilar a esta gente, posiblemente sin reemplazo para nuestro negrocampista favorito. Necesitaba esta purga, ahora que vengan las selecciones, que me encantan por cierto, y esperemos a la vuelta si se acaban los impagos, las fracturas, las despedidas y los duelos. Eso nos queda: saber soñar.

sábado, 15 de agosto de 2020

Cuando eres tú el que deja

Un dolor raro, sin el amparo de ser el David derrotado con la honda desencordada, ni el consuelo que da esa sensación de haberse dejado la piel en pos del objetivo (a la escasa cantidad de faltas me remito). Una decepción tan grande que opaca la crueldad del desenlace, que hace que olvidemos el penalty a Saúl o la zozobra por los PCR excepto para recalcar aquí nuestra tristeza por otros motivos. Un indudable exceso de confianza, de sentirnos favoritos, yo el primero, por nombre más que por argumentos. Un gran equipo enfrente con la bula de la sorpresa del que aún no es temido, como nosotros hace seis años. No deberíamos habernos creído favoritos, pero lo éramos, y aunque se puso cuesta arriba, con la salida a lo Kylian Neymar de Joao Félix y el cortometraje de su exhibición, nivelamos. Hasta yo, consciente de la dificultad, atisbaba una orilla a lo lejos. Me veía durmiendo extenuado y satisfecho, planteándome escribir sobre los equipos de París al día siguiente, incluso esa misma noche. Entonces, tras estar acostumbrados a que quien nos mandaran al guano fueran los de la acera de enfrente, o su mejor amiga cristiana, esta vez fuimos nosotros los que rompimos la relación con la más preciosa copa que uno puede imaginar, y cuya única belleza reside en que no es nuestra. Quizá si alguna vez agarramos esas preciosas orejotas, recapacitemos y pensemos con el ventajismo de la victoria que no merecía la pena penar tanto, pero mientras, otra espina más al mismo tiempo que obviamos la dificultad y el nivel real de nuestras aspiraciones abrazando un recurrente complejo de Ícaro.

Y así acabó otra trayectoria europea, con Jan sensiblemente más tocado que nadie, en una ciudad en cuyos dos estadios más emblemáticos nos han clavado dagas de índoles tan diferentes como iguales. Luego la nube negra en la mente, sin recordar por unos segundos el porqué, el apego a la familia con culpabilidad por hipotecar mi felicidad bajo esta quimera, el arrepentimiento por estar mirando constantemente las noticias sobre los resultados de los tests, porque no quería no poder disfrutar de esta Champions, que tan de oportunidad histórica se nos había disfrazado bajo el partido único, y por último el cilicio mental tras pecar de reincidente... Porque sobre las cenizas de la eliminación de Turín hace más de un año, juré aquí mismo no volverme a ilusionar con esta copa... Pero cómo me voy a culpar, si estaba hecha a medida para nosotros (a pesar del 2-8 del Bayern o la exuberancia al alza del PSG): la sede, los rivales ya descabalgados, el momentum... Y otra vez  se nos olvida que el fútbol no nos debe una mierda, al menos al Atleti actual, cada vez más lejano del que se ganó reclamar ese premio al dios del fútbol. Quizá siempre hay una excusa para soñar, que insisto no sale gratis, con el salvoconducto que te da para ello el haber estado tan cerca recientemente, cuya penitencia es sentirnos tan aspirantes sin mirar el nivel de los competidores. Mientras tengamos esos anticuerpos en nuestra sangre rojiblanca, seremos más sensibles al dolor cuando suframos esta enfermedad cada año, pero a ver quién es el feo que prefiere no pasar este trance a cambio de la ilusión por progresar.

Sueños aparte, hace dos años estaba pasando la mejor noche futbolera de mi vida en Estonia. Hoy, quien se sentaba en el banquillo ese día ya no está en el equipo, y he de decir que me acojona bastante la salida del Mono, que ha trascendido más como técnico que como jugador... Como también lo haría que se fuera Oblak, que siguiera Diego Costa, que Trippier continúe perdido, que se añore tanto a Thomas, que Saúl vuelva al lateral izquierdo a tiempo parcial, que se traiga a jugadores que no casen con la forma de entender los partidos del Cholo... Porque sabemos dos cosas: que es el entrenador con el que mejor nos va a ir, y que a estas alturas no va a evolucionar en la forma de plantear los partidos. Esperemos que la próxima temporada la afrontemos rescatando armas del pasado, como las jugadas de estrategia (ahí me acuerdo de Germán de nuevo), la presión, la humildad, la faltita de marras, echarle ácido a la casaca de nuevo rico y volver a ser menospreciados porque nos ven molestar... En definitiva, inclinar la balanza todo lo posible para el lado de nuestra orgullosa identidad y confiar plenamente en que el chavalín portugués sea nuestro adalid en ataque para compensar. 

FORZA ATLETI

sábado, 8 de agosto de 2020

Las alas del Markranstädt

Este año infame nos ha regalado una inefable Champions de verano lisboeta. A su calor, nunca peor dicho, les traigo una historia con mayúsculas, que abarca todo el contexto geopolíticofutbolístico de una ciudad donde este deporte siempre es un gigante con los pies de barro, pero del proveniente del césped del área chica en días de lluvia. Porque sí, en cuartos nos tocó el Leipzig. Yo estaba convencido de que nos tocaba el Barcelona, pero no, así que una excusa más para no hacerme el remolón y escribir por aquí. La última vez fue el Liverpool, esta vez nos vamos a Alemania, la patria cuyo idioma intento aprender de forma autodidacta desde hace más de un año. ¿Casualidad? Gar nicht! Pero antes, vayámonos un poco más abajo, a otro país germanoparlante: Austria.

¿Se acuerdan de Felix Baumgartner? Bajo la parafernalia de la marca austriaca Red Bull, su récord de salto al vacío y de velocidad en caída fue seguido con un altísimo interés en todo el mundo. Dos años después, sin el amparo de un gran patrocinador, dichas marcas fueron batidas en cuasi anonimato. El poder de la propaganda, santo y seña del fútbol desde hace más de cincuenta años. Pero, ¿para qué pararse en barras y limitarnos a poner la publicidad en el pecho del jugador, cuando podemos usar a la totalidad del equipo como vector? Dietrich Mateschitz, multimillonario dueño de la compañía, y sus asesores lo vieron claro. Si la Fórmula 1 funciona, ¿cómo no lo va a hacer el fútbol? Además, tenían una presa en casa por donde empezar: el Austria Salzburg fue la primera víctima. Se llevó a cabo un lavado de cara mayúsculo, solo las medias del portero de fuera de casa mantienen el color morado de la entidad, (otrora denominada Casino Salzburg y finalista de UEFA). Ni la fecha original de fundación quedó visible de puertas hacia afuera... A cambio de ese dominio férreo en la gestión, la soberanía incontestable en el fútbol local, donde son el número uno año tras año mientras exportan jóvenes talentos como Haaland o Sadio Mané (no todo es malo). Aún así, esa idea de jaula de oro no sedujo a algunos aficionados, que en el propio año del derrumbe del Salzburg en 2005, fundaron el SV Austria como legado genuino del mismo: seguidor no es igual a consumidor.

De Centroeuropa dieron el salto a la Major League Soccer estadounidense, remozando a los míticos MetroStars para convertirlos en el New York Red Bulls en 2006, borrando toda referencia a New Jersey pero sin tanto revuelo, probablemente dado el concepto de franquicia tan instaurado en USA y el escaso arraigo balompédico. Pero aquí no queda la aventura americana, tras el extraño experimento del Red Bull Brasil desde 2007, en 2019 dieron el cambiazo al invento y se subieron a la chepa del Bragantino. Caza de talentos, inversión con cierta cabeza, siempre mejorando los resultados existentes. Francamente, por mucha acritud que pueda desprender mi discurso, no satanizo del todo la jugada. Aunque mejor eso lo dejamos para el final. Eso sí, el Risk futbolero de la bebida con taurina no acababa aquí. Siempre aconsejado en estos menesteres por su amigote Franz Beckenbauer, el magnate austriaco trató de poner la semillita también en Alemania, en una suerte de Anschluss inverso.
Y ahí entra Leipzig: patria chica de Richard Wagner y Leibniz, lugar de trabajo de J.S. Bach y de estudio para Nietzsche. Cuna de las manifestaciones pro-unificación alemana desde el este, ciudad más poblada de Sajonia, lugar de fundación de la Deutscher Fußball-Bund, ganadora del primer campeonato alemán en 1903, pero dueña de un singular puzzle futbolístico. Desde finales del sigo XIX, la ferviente actividad entorno al deporte por antonomasia ha sido frenética y trufada de descalabros, quiebras, fusiones y despropósitos. Tras todos estos años, si obviamos al rival común de la Red Bull, tenemos un curioso panorama de clubes que de algún modo sobreviven con gallardía tras mil y una batallas.

Al noroeste tenemos al BSG Chemie Leipzig, verdiblanco, sus raíces pueden incluso establecerse en un club extinguido en la Segunda Guerra Mundial, pero lo que les da más clara identidad es su vinculación con la industria química en los albores de la RDA. En ella obtuvo dos títulos de liga. La enésima y actual versión es la heredera de facto del posterior FC Sachsen Leipzig, que quebró a principios de este siglo. Es justo decir que hay otro joven club llamado LFV Sachsen Leipzig, de mucho menor éxito y de trayectoria tan accidentada como corta, que también reclama el mismo origen. Afincado en el distrito de Leutzsch, el BSG juega sus partidos en el vetusto Alfred-Kunze-Sportpark, nombrado así en honor a una vieja gloria del banquillo de este club, donde cada tribuna y fondo es más decadente que el anterior. Sabor más auténtico a fútbol tradicional no puede haber...

...A no ser que nos vayamos al sureste, al distrito de Probstheida, trazando una cicatriz a lo largo de la ciudad hacia el estadio Bruno Plache, donde nos encontramos el amarillo y el azul del 1. FC Lokomotive Leipzig, que tiene ese nombre porque su predecesor estuvo durante algún periodo vinculado al sector del ferrocarril en Alemania del Este. Estable desde 2004, ligeramente más exitoso que el ya mencionado Chemie, ya que claman ser sucesores, por no decir herederos legítimos, de la historia y títulos del viejo Lokomotive fallecido en un año antes (y único en jugar en la Bundesliga tras la unificación alemana bajo el nombre de VfB Leipzig). Además de varias ligas y copas, fue subcampeón de la Recopa de 1987. Las líneas temporales y los nombres de cada equipo son jeroglíficas, me costó la vida llegar a entenderlo medianamente. Con decir que el Chemie durante un tiempo en los cincuenta se llamó SC Lokomotiv Leipzig y que éste se fusionó con el SC Rotation Leipzig para dar lugar a una mezcla/regeneración de ambos equipos a mediados del siglo pasado... Eso nos sirve para darnos cuenta de que al lado de esto, los chochos liados en el panorama futbolero de Logroño o Salamanca son de risa floja al lado del tinglado de estos sajones. En el año 2020, ambos representantes principales comparten división en la Regionalliga Nordost, una de los cinco grupos de la cuarta categoría del fútbol alemán, aunque el Lokomotive este año estuvo apunto de ascender. Para mas info de sobre la rivalidad Lok vs BSG, este videazo de Copa90

De propina, no olvidemos tampoco al reciente Roter Stern Leipzig '99, que como su propio nombre indica (Estrella Roja), es de marcada ideología izquierdista, aunque los ultras del Chemie tampoco les van a la zaga, todo lo contrario que el Lokomotive. Ni la primera vez ni la última que la mentalidad de los radicales le marca al aficionado de a pie quién es su rival y quién su colega de batallas.

El caso es que, como hemos dibujado, la ciudad tiene un mapa pleno de identidades, pero con un plus de underground, más por necesidad que por virtud. Quizá la explicación sea el paso por el tamiz de las grandes guerras, el intervencionismo de la RDA de la que Leipzig formó parte, los problemas económicos post-unificación y el sentir los colores del lipsiano de a pie. Porque está claro que a ambas instituciones les importa la tradición y el abolengo, y hay nutridos grupos de gente que les sigue y se han esforzado por reconstruir clubes sobre los cimientos de los que van quedando en el camino. Ejemplo de ello fue la iniciativa del partido fantasma llevada a cabo este año por los fans del Lok, para emular su propio récord de asistencia a un partido de competiciones europeas, solo que esta vez de forma virtual y aportando 1 euro por barba para sustentar al equipo.

Todo muy bohemio (aunque estamos en Sajonia, no se me despisten), también muy alternativo a la par que tradicional. Paradójicamente, éste es un escenario perfecto para tratar de abrirte paso en una ciudad carente de un equipo de primer nivel, con una población considerable, y con un gran estadio modernizado tras el Mundial 2006, como es el antes llamado Zentralstadion. Es por ello que primeramente, Red Bull trató de comprar al BSG Chemie, pero les lanzaron tal bufido que miraron para otro lado. De este modo, buscaron infructuosamente concubina en St. Pauli al norte, Fortuna Düsseldorf al este y 1860 Múnich en el sur. Manda cojones, con el gran sentimiento identitario de esos clubes, que tuvieran esperanzas de un sí. Recordemos que hablamos de Alemania, donde el amateurismo y los campeonatos regionales ya quedan un tanto lejos, pero fueron razón principal para que la Bundesliga de Alemania Federal naciera en los sesenta, mucho más tarde que en otros países europeos. Además, la ley del 50+1 trata de garantizar que los socios tengan la última palabra en las entidades, evitando desmanes, abonos abusivos y medidas alocadas del vi$ionario de turno. No es casualidad que por ahí arriba no haya jeques ni millonarios del gas ruso.

Pero el dinero siempre se abre paso, y finalmente compraron en 2009 al mediocre equipo de un municipio a menos de 15 km de la ciudad, el 
Markranstädt, que pasó a ser su filial. Por cierto, es curioso cómo a pesar de ese origen, en EE.UU. los rivales del New York Red Bulls, para hacer sangre, usaron un tifo donde había esquelas para cada equipo que había "rescatado" la compañía... y al pobre Markranstädt lo confundieron ¡con el Lokomotive! Enseguida comenzaron a lidiar con los impedimentos del fútbol germano en cuanto a la comercialización y propiedad de los clubes. Primeramente, a falta de no poder poner el nombre de la marca, usaron el palabro RasenBallSport Leipzig como nombre, que luego lo abrevias siempre a RB Leipzig, le pones un par de toros rojos al escudo, y a volar. El otro escollo era la ley del 50+1, que convirtieron en una pantomima tras poner una altísima tasa anual de membresía, la cual en la práctica ostentan solo trabajadores y miembros de la empresa. Aquí hay quien puede mencionar a nuestros amigos del Bayer Leverkusen o la Volkswagen del Wolfsburgo como ejemplos similares de empresas-club. Pues sí, aunque ellos tienen un poso histórico anterior a esa ley y han contribuido tanto a la historia del fútbol alemán que quedan exentos de la misma a ojos del aficionado de a pie.

Los comienzos del RB Leipzig, desde el quinto escalafón futbolístico teutón, tuvieron ciertos altibajos, si bien siempre en dirección ascendente. El punto de inflexión fue la contratación de Ralf Rangnick, quien fue asumiendo cada vez más poder desde la dirección deportiva, y llevó por fin al equipo hasta la 2. Bundesliga en dos años, habiendo partido desde la ya nombrada Regionalliga. Rangnick era famoso por su gran labor al frente del Schalke 04 y del Hoffenheim, a quien dio a conocer en el panorama europeo desde la nada. Con él tomando las riendas incluso como entrenador, todo fue sobre ruedas, y finalmente debutaban en la Bundesliga en la 2016/17. Todo este camino, con un enfoque basado en jugadores jóvenes y un juego atrevido. Durante dicha ascensión, no olvidemos las constantes muestras de odio, rechazo y violencia contra todo lo que represente al equipo, aficionados incluidos. En la máxima categoría no iba a ser menos, y por desgracia hubo incidentes desagradables en casi todos los estadios. Esto es como todo, con el paso del tiempo quedará aceptado, pero aún es demasiado pronto para este club tildado de "equipo de plástico". Me pregunto cuántos de los seguidores de Die Roten Bullen lo serán también del Chemie o del Lokomotive...


De hecho, el incipiente núcleo de seguidores del RB va tomando cuerpo, y hace poco hubo una muestra de repudio al sexismo en un acto común antes del partido entre RB Leipzig y Roter Stern femeninos. Ahí, si no antes, es donde empieza a notarse la dictadura redbulliana, porque varios de los aficionados fueron baneados al día siguiente. En todos sitios cuecen habas (al propio Atleti nos han cambiado el escudo y el estadio), pero estoy sumamente curioso por ver la evolución en este caso concreto, cuando la masa social de la entidad vaya tomando la forma de cualquier club alemán, normalmente muy politizadas, ya que aquí se proyecta la imagen de una marca que vale más que el propio equipo. Me pregunto si podrán lidiar con ello los gerifaltes de la empresa para tener más seguidores y menos detractores, que ya existen incluso dentro el propio club. Los 'Red Aces', uno de sus grupos ultra (y de ideología zurda), se ha disuelto este año tras varias advertencias por uso de "pyro" y consignas políticas. Un tema muy delicado este: no es el fin del mundo perder ese tipo de colectivos, pero lo que está claro, nos pongamos como nos pongamos, es que los ultras bien entendidos, son el motor de las gradas; otra cosa es cuando delinquen o los dueños les dejan entrar a hablar con los jugadores, cosa que en este caso no había ocurrido ni de lejos.

La historia del equipo es corta, pero exitosa para las expectativas iniciales. Desde su debut en primera han dado que hablar para bien, siendo además el único representante de la extinta República Democrática Alemana en mucho tiempo en la categoría. Un segundo puesto como tarjeta de presentación les permitió jugar en Champions. En su primera participación no pasaron de los grupos. Luego han entrado siempre en competiciones europeas. Y ya esta temporada, de la mano del jovencísimo Julian Nagelsmann, han puesto definitivamente a Leipzig en el mapa del viejo continente alcanzando los cuartos de final. Cuando volvió la Bundesliga tras el parón vi muchos partidos de ellos y me gustaron bastante. De hecho, por ahí rulará un audio mío vaticinando el poderío de ellos y del Bayern en pleno estado de alarma, dándoles plenas opciones para la Champions, aunque ya ha llovido mierda desde entonces. Ahora el factótum Rangnick se va nada menos que al AC Milan, pero lo cierto es que el RB Leipzig tiene su futuro bien atado. Con decir que han finalizado la compra del Zentralstadion, desde mucho antes ya denominado Red Bull Arena... Con buena picha bien se jode; el dinero es importante. Pero en vez de hacer saltar la banca con disparates económicos, han sabido rodearse de gente de fútbol, ir poco a poco, y están recogiendo frutos. Esto me lleva a autoformularme las siguientes preguntas a modo de conclusión:

¿Entiendo que haya seguidores de este club? 
Sí. Yo, francamente, me he quedado prendado de la existencia esos humildes y sacrificados clubes que ya existían en la ciudad, pero claro que entiendo que haya gente que se haya subido al carro del Rasenballsport (por cierto, la palabreja significa "deporte de pelota y césped"). Supongo que el principal motivo es que se nos olvida que hay gente que lo que quiere ante todo es ganar, y que no les gusta en fútbol si no es bajo el reflejo de los trofeos. Además estarán los que quieran deleitarse con un fútbol de mayor nivel en su ciudad, e incluso sean simpatizantes de Chemie o Lok. Al fin y al cabo, normalmente nos referimos a ellos como "El Leipzig", no mencionamos a la marca que hay detrás tanto como pueda parecer.

¿Veo más envidia y sed de tener un enemigo común que respeto por las tradiciones debajo de ese odio?
Sí. Hay mucho fundamentalismo con eso y muchos poseedores de la verdad absoluta. Hay que respetar a la gente, máxime en un ocio como es el seguir a un club, aunque para muchos de nosotros sea nuestra vida. Si quieren apoyar a un equipo porque gana o porque les gusta beber Red Bull, allá ellos. Me suena a excusa fácil para proyectar violencia gratuita. No hay que agredir ni increpar al pobre aficionado, que lo que querrá es pasarlo bien sin meterse con nadie, y eso ha ocurrido a los fans de este equipo, por ejemplo en Dortmund. Además, no creo que este sea el nuevo paradigma a partir de ahora en el fútbol como muchos pintan. Hay demasiados grandes clubes históricos con masas sociales gigantescas que tienen cogido el sitio como para que este modelo se propague como el coronavirus, así que esa excusa a más alto nivel tampoco me vale.

¿Odio más al PSG y al Man City que al RB? 
Sí, porque han ido más a golpe de talonario, con la red de seguridad de tener fondos casi infinitos año tras año. En cambio en este caso me da muchas mejores vibraciones el modelo que por ahora están siguiendo. Además, no hay más que mirar de reojo a los recientemente desvelados tejemanejes del Manchester City y cómo han hecho la vista gorda con ellos mientras que con el Málaga no hubo tu tía...

¿Serías del Atleti si, por ejemplo, lo comprara Mahou para rescatarle pero le borrara la identidad casi por completo pero fuera muy próspero deportivamente? 
No, porque ya no sería del Atleti. Aunque la carne es débil, y vete a saber si a la larga me haría simpatizante. Lo más parecido fue el Atleti de balonmano reciente que sustituyó al Ciudad Real. A mí apenas me importaba, pero sí recuerdo que a pesar de eso traté de ver la Final Four que disputó en 2012...

¿Si nos eliminan les empezaré a odiar yo también como si fuera un ultra del Lokomotive? 
Por supuesto.

viernes, 21 de febrero de 2020

YNWA

Todo empezó con uno de estos sorteos que los sabes, que lo hueles, y que por si fuera poco eso, la probabilidad está ahí para darte la razón cuando menos lo quieres. Liverpool, Anfield Road, The Reds, You'll never walk alone, European Cups: el más grande de Las Islas. Dicen que el mejor equipo del mundo a día de hoy. Más de una vez se me habrá visto el plumero con este club, cuya pasión como local, sus cánticos, sus proezas, me han hecho respetarle y admirarle hasta asomarme a los abismos de la bigamia futbolera, como si de un amor de Erasmus se tratase (hablo como si me hubiera ido, cuando me tiré toda la puta carrera yendo de Antequera a Málaga chupando carretera). Como ya pasara con la Juventus el año pasado, es una gran responsabilidad sintetizar y hablar de tamaño club, pero aquí soy infalible, como Gerrard chutando desde fuera del área, o como Torres tirando un desmarque hacia The Kop (la inefable grada sur de Anfield). Pero digamos que sesteé un poco, cual cigarra invernal, posponiendo una y otra vez mis obligaciones blogueras, y me he plantado en los partidos de ida de octavos con los deberes sin hacer. Precisamente ese mágico 1-0 en el Metropolitano, que ya nadie nos podrá arrebatar, ha servido de acicate para que termine de una santa vez este artículo.

1892. John Houlding, tras ver cómo los inquilinos de su estadio, el Everton FC, le dejaban por abusón con el alquiler, se preguntó qué hacer con tal terreno sin uso. No se quedó corto, y decidió fundar su propio equipo, que acabaría llamándose Liverpool Football Club. Y anda que el Everton... vaya oportunidad que perdieron de ponerle el nombre de la ciudad al primer equipo que surgió. Como dice el gran Ilie Oleart, los Toffees "no eran muy listos". Aunque saborearon las mieles del triunfo desde bien pronto, la historia del club, que por aquellos tiempos vestía de rojiblanco, era de más pena que gloria. Hasta los cincuenta "tan solo" habían ganado cuatro ligas. Todo comenzó a cambiar a finales de 1958. Después un lustro en la Second Division y una sonrojante eliminación en FA Cup. Llegó entonces cual Simeone a la ciudad del río Mersey un escocés que iba a cambiar el devenir del LFC. Tras un periodo de maduración, subió al equipo a la primera división, y ya que estaban, ganaron su primera copa inglesa y varios títulos de liga.

El susodicho era un tal Bill Shankly, que además dio al Liverpool una de sus señas de identidad más características: el rojo en la totalidad de su uniforme. Más razón que un demonio tenía cuando pensó que eso les haría más temibles. Otro símbolo fruto de su legado es el cartel que precede al estrecho túnel de vestuarios, por los siglos de los siglos: 'THIS IS ANFIELD'. Pero no se engañen, esos golpes de efecto tan solo trufaban un fútbol ya de por sí eficaz y perfeccionado al milímetro. Todo se cocía en la Boot Room (la sala de las botas), donde no solo Shankly, sino sus profesionales de confianza, se compenetraban de fábula en ese humilde habitáculo para labrar la etapa de éxito continuado más grande del equipo cuyo emblema, al igual que su ciudad, es el liverbird. Con Shankly llegó la comunión total entre grada, cuerpo técnico y jugadores; además ligas, copas y una copa de la UEFA, pero aún había más, mucho más... 

Por si fuera poco, Bob Paisley, un excelente estratega y ojeador, exjugador además del propio Liverpool, tomó las riendas como sucesor natural del escocés, que no acabó muy bien con la directiva, pero que tiene una estatua y una preciosa puerta en el estadio. Volviendo a Paisley, subió la apuesta y además de otra UEFA, como si de una progresión irrefrenable se tratara, trajo para la ciudad scouser tres Copas de Europa, lo cual indica que ganó varias ligas, un total de seis, y varias copas inglesas. El éxito fue seguido por otro Boot Room guy, Joe Fagan, con un triplete, cuarta orejona mediante. En ese periplo de técnicos para el recuerdo, también hubo jugadores míticos como el delantero Kevin Keegan, quien se fue en un traspaso astronómico al Hamburgo, el galés Ian Rush (máximo anotador), Ian Callahan (más partidos con el club) o las piernas de espagueti del bigotudo zimbabués Bruce Grobelaar, que amargó la noche a la Roma en el Olímpico en aquella final europea de 1984.

Kenny Dalglish, otro escocés, vino a sustituir Keegan y no veas la que lió... Desde el césped y el banquillo (a veces de entrenador-jugador) continuó llevando alegrías a Anfield Road. En veinte años se habían convertido en los más grandes del Reino Unido, una leyenda europea. Dentro de esa ola cuasi eterna de éxitos que continuaron siendo los ochenta, se produjeron dos acontecimientos que establecieron un antes y un después en lo que a asistencia a los estadios se refiere en general, y en el acervo liverpudlian en particular. En primer lugar la tragedia de Heysel, con los aficionados de la Juventus como víctimas. Nada bueno puede pasar en ese estadio, recuerden a Schwarzenbeck... Ese convulsa noche, el Liverpool perdió su primera final de Copa de Europa (tras haber ganado cuatro), recibiendo además una sanción de cinco años, extensiva a todos los equipos ingleses, que les privó de jugar en Europa. Muchos evertonians aún maldicen a sus rivales de la ciudad por ello, ya que les impidió hacerse hueco en el panorama internacional cuando estaban en su momento más dulce. Cuatro años más tarde, otra pesadilla en las gradas: Hillsborough. Allí perdieron la vida 96 aficionados rojos hacinados entre pánico, cemento y rejas oxidadas. Era una semifinal de copa, disputada en campo neutral. La mala gestión policial fue ocultada durante años, pero si hay algo que guardan con celo los seguidores del Liverpool, es el recuerdo a los que perecieron ese día. Ese tipo de incidentes hoy se antojan impensables, pero tuvieron que ocurrir verdaderas catástrofes para la gestión actual de los espectadores.

El fin del hooliganismo duro, la revolución global del fútbol, la operación de tetas de la First Division que derivó en la actual Premier League... Todo ello venía de serie con los noventa, y al Liverpool no le sentó bien. Un decenio de sequía, que terminó con el triplete de 2001. Dirigidos por Gerard Houllier, ganaron UEFA, FA Cup y Copa de la Liga. Owen, Fowler, McAllister, Heskey, o un incipiente Gerrard, componían la plantilla de aquel oasis de felicidad. Entre medias el Manchester United había vuelto a convertirse en el referente inglés, con un pujante Arsenal de propina. Menos de un lustro después de esa inolvidable temporada, llegó otra aún más notoria. Rafael Benítez era el técnico de aquel Liverpool, ya con Steven Gerrard de estrella, que remontó tres goles en la segunda parte al Milan en Estambul 2005. Otra muesca más en la leyenda de remontadas y del espíritu ganador de este club. Seguramente por eso les eligió Fernando Torres para marcharse y dejar atrás al Atleti allá por 2007, justo tras caer los ingleses en la final de la Champions ante el mismo rival que dos años antes. 

Pero no nos engañemos, lo que antes eran décadas de dominio incontestable, se habían tornado en temporadas puntuales de éxito rotundo que, ya las quisieran la mayoría, suponían la excepción en un mar de decepciones. Todo ello con la obsesión de la primera Premier de fondo, la cual pocas veces llegaban a pelear. Al Man United (el enemigo íntimo) se les sumaba (por no decir que le relevaban) el Chelsea y el petrolífero Man City. Afortunadamente,  los reds no perdieron la calma, y empezaron a reconstruirse desde los cimientos, pero sin cambiar de estadio, como se llegó a especular. Eso sí, la Boot Room fue demolida para hacer sala de prensa, yo estuve allí y comprobé lo humilde que era. Así me gusta cojones: instalaciones espartanas. Se juega como se vive. Esa identidad industrial no exenta de grandeza nunca la han perdido a pesar de los años. Por eso me entusiasmó visitar Anfield en 2014 (también vi Old Trafford eh).

En un ejercicio de vuelta a los orígenes de la gloria, miraron al este y vieron a un alemán gafotas pero con pinta de profe guay de educación física. Jürgen Klopp: The Normal One. Poco a poco fue rescatando el carácter competitivo con un estilo muy reconocible hasta llegar a lo más alto. Como muestra de intenciones a medio plazo, el alemán, que se me cayó del pedestal tras su plañidera rueda de prensa en el Metropolitano, prohibió a sus pupilos tocar el This is Anfield hasta que no ganaran algo grande, entre otras cosas porque él con el Dortmund lo tocó de visitante y les cascaron 4. Y vaya si lo han hecho... El Liverpool parece haber retomado el ciclo ganador con más fuerza que nunca, y nosotros tendremos el privilegio de vivir una noche europea de gala (y garra) en tan mágico escenario, máxime cuando su dominio en el panorama internacional pocos lo discuten. Sin más me despido, mientras recuerdo que yo, me cago en la puta, toqué el dichoso cartelito sin pensar si gafaría a mi Atleti querido. Esperemos que haya prescrito ya, ¿no, Oblak?