martes, 24 de noviembre de 2020

Mia san mia

Fruto del descontento de algunos miembros de una sociedad gimnástica, entre ellos un berlinés y un escultor de Dortmund, nacía en 1900 el FC Bayern en el restaurante Gisela, sito en la propia capital bávara. Conociendo el estilo para denominar clubes que tienen los teutones (Arminia, Fortuna, Hertha...), podía haberse llamado por ese simple motivo el Gisela de Múnich, pero no, tuvieron que complicar las cosas a futuro... Porque, como siempre hay algún despistado que no se ha tomado la aspirina, recordamos que Bayern viene de Baviera, y que los losanges blanquiazules de su viril escudo, qué casualidad que son los mismos que los de la bandera de dicha región, o Land, como dicen los alemanes. Múnich, conocida como Minga (¿de Gisela?) en el arraigado dialecto de esos lares, es entre otras cosas lugar de nacimiento de Sissi Emperatriz y de algún alto mando de las SS, cuna del Oktoberfest, del nazismo, y testigo del carácter más alegre y extrovertido de sus sureñas gentes, diferentes al resto de cabeza-cuadradas, como les llamaba Felipe, un señor tío de mi cuñado Ricardo que vivió casi toda su vida en Frankfurt trabajando para Lufthansa y me traía muchos chirimbolos; entre ellos, cómo no, material futbolero. 

Trofeo Viktoria
Los comienzos no fueron duros en lo futbolístico pero sí en lo financiero, y fruto de esos números rojos, visten hoy día dicho color en sus pantalones tras una fusión momentánea con el Münchner SportClub e.V., que sobrevive hoy en día con secciones de hockey y tenis. Por cierto, esa coletilla la habrán visto más de una vez en instituciones como equipos de fútbol, significa eingetragener Verein, algo así como sociedad registrada. En 1913 llega a la presidencia Kurt Landauer, que instaura, entre otras propuestas innovadoras, la curiosa tendencia de contratar técnicos británicos. A lo largo de varias etapas, trufadas de un par de guerras mundiales, es a día de hoy el máximo dirigente que más tiempo ha ostentado el cargo. Por eso tuvo tiempo de presenciar hechos insólitos, como el primer campeonato regional del sur o el campeonato nacional allá por 1932. Justo después todo empezó a torcerse con la llegada del nacionalsocialismo al poder. Landauer era judío, como por ejemplo también lo era el entrenador de aquel entonces. Eso le salió caro a él y al club. Tanto, que si no hubiera servido en el ejército en la primera Gran Guerra, Cruz de Hierro mediante, habría ido derechito a Dachau. No obstante se exilió a Suiza, donde se dice que sus exjugadores le saludaron en un amistoso. Tras el estallido de la 2º Guerra Mundial, otra gran figura como fue el capitán de la primera liga, Konrad Heidkamp, se hizo cargo de salvaguardar los trofeos de la entidad, entre ellos la preciosa copa Viktoria. Poca broma cuando los nazis estaban pidiendo que los equipos donaran sus copas para financiar la guerra... Finalmente ésta terminó y Landauer pudo volver, eso sí, sin llegar a contemplar la época del arranque definitivo del Bayern como grande de Alemania y Europa. En ese trayecto, Kurt no fue tenido en la estima suficiente hasta hace unos años, cuando fue nombrado presidente de honor póstumo y se gritaron a los cuatro vientos los antecedentes semitas de su figura y la propia entidad, sin rehuir nunca más el apelativo de Judenklub, aunque como vamos a ir viendo, este equipo trasciende al mundo.

Beckenbauer, Maier y Müller
A inicios de los sesenta la Bundesliga no existía. En Alemania Federal no se estilaba la profesionalización e integración a nivel nacional del resto de la nobleza del fútbol continental. Sin embargo, eso no les privó de ser campeones del mundo en 1954. La organización continuaba basándose desde 1903 en un formato disgregado en ligas regionales, que confluían en unas eliminatorias finales a nivel nacional. Fue en 1963 cuando se disputó la primera edición, en la que los bávaros rojos no formaban parte de la primera categoría tras una decisión controvertida, pues tampoco lo merecían según el criterio establecido los vecinos del 1860 München, eterno rival que anda en horas muy bajas. En ese momento, de la mano de otro gran presidente como Wilhelm Neudecker, los que estaban contra las cuerdas eran nuestros amigos de hoy. No tardaron en llegar a la cima. Con una inercia ganadora que iría apareciendo progresivamente fruto de empezar desde abajo y de la mermada economía. Así se forjó una generación con jugadores de los alrededores que forma parte de la historia del fútbol mundial, como Sepp Maier, Beckenbauer y un tal Gerd 'Torpedo' Müller (goleador histórico e inalcanzable). Antes de su primera Bundesliga ya se habían asomado y de qué manera por las competiciones europeas, ganando la Recopa ante el Glasgow Rangers. Justo antes de la nueva década ya tenían su primera liga en este nuevo formato, y poco después enlazaron tres consecutivas. Eso les permitió batirse el cobre con la crème de la crème del viejo continente. En este camino hacia la cima lo que predominaron fueron los técnicos yugoslavos, seguidos por el gran Udo Lattek, que dirigió también en un periplo intermedio al único equipo del país que matenía la mirada al Bayern en los setenta: el Borussia Mönchengladbach.

Todos los clubes que hoy en día son peces gordos han sufrido en algún momento de su historia un punto de inflexión, un hito que cambia sus devenires radicalmente para llevarles un escalafón más arriba a perpetuidad. El Barça con la llegada de Cruyff al banquillo, el Real Madrid fichando a Di Stéfano o, si nos ponemos más mundano$ Abramovich en el Chelsea o los jeques de París o la mitad sky blue de Manchester. En el caso del Bayern, ganar su primera Copa de Europa fue más bien la consagración definitiva de la apuesta por jóvenes talentos en la carestía de años antes; de hecho esa columna vertebral se proclamó campeona del mundo en ese mismo año 74. Pero lo que sí es cierto es que en el caso de nuestro Atleti, se perdió un tren que le pudo haber permitido cambiar su indiosincrasia. En la primera puja por la orejona de bávaros y madrileños, nos pusimos por delante con un gol de Luis en la prórroga. El muy amo lo celebra antes de que entre. Pero... en el minuto 120, un narigón apellidado Schwarzenbeck, algo así como Montenegro en español (si, sé algo de alemán, ¿qué pasa?), tira desde su casa e iguala. El portero era el gran Miguel Reina, cuyo hijo Pepe fichó por el enemigo cuarenta años después. Ese balón raso dejó el corazón de todos los colchoneros más frío que el metal del Atomium que flanqueaba la curva sur del coliseo belga. Según cuenta Uli Hoeness (otro mítico) sobre esa final, estaban tan reventados al día siguiente que no podían ni andar, pero más lo estarían los nuestros, destrozados anímicamente. No había penaltis. ¿Se imaginan que hubiéramos ganado así? Solo dos días después, en el partido de desempate disputado en el mismo estado Rey Balduino de Bruselas, Die Roten nos hicieron un ojete nuevo, con un 4-0 inapelable. ¿Que por qué entro en tanto detalle en esto? Porque hay atléticos que me producís ascopena al ni siquiera conocer este hecho. Yo me enteré de bastante chico, y he de decir que tiré a la basura un banderín de los bávaros que el bueno de Felipe me había regalado (aún conservo como oro en paño el resto). Años después vi el partido, comentado por el mismísimo Luis Aragonés, y he de decir que fue un soberano coñazo. Se dice que les dimos un baño, y yo sostengo que no, si acaso llegamos un poquito más... Por algo sería que ganaron luego dos más (ante otros que se quedaron a medias en Europa como Leeds United y Saint-Éttiene), aunque al igual que la nuestra, jugando puta mierda en las finales, que como dijo el propio Don Luis, "se ganan y no se juegan". Ahora, a mí no me joda usted con lo de que "del subcampeón no se acuerda nadie", a mí me lo recuerdan cada nueve por tres.

El difuminado del núcleo duro de esa generación maravillosa, de la que también hay que mencionar a los continuistas Paul Breitner y cómo no a Karl-Heinz Rummenigge (Breitnigge), dio lugar en su ocaso a un pequeño bache en los éxitos, que ya lo quisiera el 99.9% de equipos para sí. Pero una cosa que hace muy bien la entidad alemana es preservar su identidad ofreciendo altos cargos a leyendas del club. Así Beckenbauer fue entrenador en cortos periodos y presidente, Rummenigge es director general a día de hoy, y qué decir de Uli Hoeness, que tomó las riendas como gerente tras retirarse prematuramente por lesión y engordó las arcas bávaras sobremanera en su desempeño. Eso sí, poco después de suceder a Beckenbauer como presidente fue condenado por evasión de impuestos e incluso pasó por chirona. El día que pase eso en España me hago del Castilla. Luego el cabrón volvió a la presidencia... Muy protagonista Uli, pero no olvidemos que en los ochenta, por mucho que se empeñara Gabinete Caligari, el que la tocaba de verdad era su hermanísimo Dieter Hoeness, con Augenthaler a la espalda y Lothar Matthäus omnipresente. En esa década el Bayern probó su medicina en sendas finales perdidas ante Aston Villa y Porto, pero continuó engullendo campeonatos locales y siendo por un tiempo la bestia negra del Real Madrid, con el que componen el derbi de Europa.

Estamos en el ecuador de la historia, justo cuando yo empecé a enterarme de qué iba esto del fútbol y quiénes eran los que ganaban casi siempre. Uno de mis primeros recuerdos europeos fue la final de la UEFA de 1996. Esa donde sometieron al Bordeaux de Zidane y Lizarazu. A partir de ahí el Bayern siempre me ha ido demostrando que es la metalurgia, el martillo pilón, el único, con la salvedad eventual Juventus o Milan, que puede mojarle la oreja a las dos dragones nacionales. No obstante, la última década del siglo no fue ni de lejos la mejor de los tedescos, ni siquiera a nivel local, y por supuesto tampoco a nivel Champions, donde dos corners en el Camp Nou ante el Manchester United en el alargue les privaron de revalidar un título que, recordemos, se les resistía desde 1976. Ahí es donde les cuelo el término Bayerndusel. Es algo así como el Fergie-Time de los propios Red Devils. Un adjetivo despectivo para los que siempre marcan al final y se las apañan para salir airosos cuando están acorralados. Yo lo que creo es que cuanto mejores jugadores se tienen y más pesa la camiseta, más duda el rival y menos el que ataca. Otra cosa es que para llegar a ese estatus hayas tenido una pizca de suerte, pero de ahí a basar en ello el éxito rotundo de grandes clubes...

El nuevo milenio, ya sin Matthäus, pero entrenados por Ottmar Hitzfeld, capitaneados por un mastodonte como Effenberg, y jugones como Scholl y Salihamidzic o el opacado goleador Élber, dio lugar por fin a la ansiada Copa de Europa, su primera en el formato Liga de Campeones. Eso sí, pasaron un auténtico calvario, aunque la peor parte se la llevó un bravísimo Valencia CF, que cayó en un trabalenguas de penaltis ante el grande, único, volcánico, titánico y monstruoso Oliver Rolf Kahn. Además, en un paso hacia la modernidad, dejaron el legendario Olympiastadion para mudarse al Allianz Arena, una freidora de rivales con una luminotecnia externa que lo flipas. Si bien esto, perdieron ahí una final de Champions en 2012 contra el Chelsea. En la primera década del siglo XXI, continuaron con el dominio nacional, pero permitiendo la alternancia de numerosos equipos que también se hacían con la ensaladera liguera o Meisterchale. A partir de esa final, no han vuelto a perder una liga, y en 2013, con Jupp Heynckes en el banquillo, lograron el triplete con la dupla Robbery en las alas, Lahm, Schweinsteiger, Thomas Müller y Manuel Neuer de propina. Al año siguiente aterrizó el amigo polaco de Gerd Müller, Lewandowski. Pasó el trienio guardioliano, con sus tres semis frustradas ante equipos españoles (aún me acuerdo de la vuelta de esa eliminatoria, que me la perdí por el niño en el hospital por una mierda de fiebre que no era nada). Y por fin llegamos a la época actual, con la inesperada nueva tripleta en plena pandemia con un hombre la casa llamado Hansi Flick, un desconocido hasta 2020, a los mandos.

Se habrán dado cuenta, como yo, que el Bayern es un club muy suyo. Un club que lo pasó mal hasta llegar al estrellato y que no negocia su identidad y sus raíces. Por ejemplo, más de una vez han ayudado a su eterno rival local, el 1860 München, para que salgan del bache financiero, o son uno de los clubes que más involucra a los jugadores con los aficionados, hasta el punto que parte de su contrato implica esta labor (parece una tontería, pero todo lo contrario). Es fácil criticar porque sí al que está arriba, yo también lo hago mucho, faltaría más, pero en este caso a mí me han ganao. Tengo que volver a insistirle a mi compadre Sánchez para que encuentre esa camiseta del Bayern que dice que tiene en Almáchar, pero conociéndole, capaz es de ser del Leverkusen. El lema en dialecto bávaro con el que titulo el post, habla más que lo que yo he querido transmitir: "Mia san mia" ("Nosotros somos nosotros"), y no hay más que hablar... Aunque no me quería despedir sin incluir esta última y curiosa imagen de la final que nos ganaron, en la que a pesar de ser ellos mismos, los joputas se pasaron de caballerosidad cogiendo la copa de rojiblanco. Por desgracia no es la vez que más cerca hemos estado de ganarla... Hasta la próxima o, como diría un bávaro, ¡servus!

domingo, 8 de noviembre de 2020

Casa

Tras el cabreo de Moscú, donde se nos cayeron las ocasiones, llegamos al Metropolitano y dos goles en las dos primeras. Es lo que tiene el hogar. Seguro que en la terminal del aeropuerto de la ciudad moscovita más de uno del plantel se dijo "Ojalá estuviera ya en mi casa". Porque en nuestros dominios todo son buenas noticias en esta frenética temporada de liga. Antes del mismo hemos gritado "casa" al llegar al Wanda, como si fuera esto el pilla-pilla, y tras ofrecer unas prestaciones inusitadas, seguimos invencibles en el torneo doméstico, como el niño que toca la pared y ya nadie puede alcanzarle. Quién nos lo iba a decir tras esos dos ceroceros tan feos que íbamos a estar donde estamos. Porque llegaba el Cádiz, mojama pura, con perros de la guerra como Fali, Espino, Cala o Negredo y peloteros como Álex y Augusto Fernández, tan disciplinado que juega con el piloto automático, imbatido e invicto fuera de casa. Antes de seguir, me alegro infinito de que haya vuelto el equipo de la Tacita a la élite. Ya estaba bien de solo verlos en el Trofeo Carranza... Pero a pesar del percal que se presentaba (que conste que tenía clarísimo que ganábamos) se superó el resultado de la última vez, que vaya recuerdos que me llevé al ver un resumen por la mañana (Torres con melena rubia, A. López, Maxi, Leo Franco, Petrov cuando aún no había gripado...). El Atleti emuló con creces el desenlace de ese choque que no se jugaba desde 2005. Supo tambalear el árbol para recoger sus frutos rápidamente, y luego pudo vivir de ellos sin la zozobra de otras jornadas, donde el postre llegaba demasiado tarde. 


Y eso, que todo es fabuloso, como la canción de la Legopelícula. Si hasta vuelve Koke a la sele... Lo de Marcos no sorprende tanto, porque si no hubiera ido habría que haber llamado a Tassotti para que hablara con Luis Enrique. El otro Lucho, nuestro uruguayo, se llevó palos de todos los colores, y me alegré por su gol más que del resto. Encima ya debutó Kondogbia, lo que exhorcizó el amago de hetingazo que daba por hecho al irse Partey. Está además el pitbull Torreira como si llevara aquí toda la vida; pareciera que el ghanés se dividió en dos partes antes de irse, porque si fusionamos a nuestros dos nuevos centrocampistas a mí me sale un Thomas. ¿Qué más? Asoma la patita Herrera (me llamaban loco), Shoao y Llorente son de videojuego (pero de los jugadores que se crea uno to'trucaos), Rambo Savic ya creo que ni suda, vuelve el comandante Giménez, a Oblak apenas hay que nombrarlo... Que el principal problema sea tener que mirar constantemente el contador del gasoil por la acumulación de minutos es de agradecer. Encima con lo de tener partidos pendientes, la prensa sigue sin tomarnos en serio. Tanto mejor.


Y ¡que sí, coño! Que hay mierda bajo la alfombra y más que vendrá al doblar la esquina: los laterales a veces miran para otro lado, nos rematan demasiado, Saúl lleva dos años sin encontrarse, viene el Parka al Wanda la próxima jornada, el virus FIFA puede decirle al covid que le sujete el cubata y vengan todos lesionados, sí. Pero ya habrá tiempo de pensar en eso, ahora lo que estoy es muy a gusto, recién duchado, sin más ruido que los lametones de fondo de mi perra  (suena regular pero me la suda), cómodo en mis aposentos escribiendo este sinsentido, y sé que ahora viene el parón de selecciones y me confinaré mentalmente en este punto de control tan dulce. Sigo en mi burbuja futbolera para ignorar la vida real con dudoso éxito. No leo más que noticias de deporte, no sé ni si han cerrado mi comarca, ni quién ha ganado en Arizona, y a la UEFA Nations League solo la quiero como follamiga. A mí solo me late mi Atleti, y durante dos semanas tendré un cardiograma que ni Induráin.

lunes, 2 de noviembre de 2020

El lubricante social

Esta vez le quitamos el opio al populacho y lo transformamos en Johnson & Johnson. ¿Cuántas veces el atisbo de un escudo peculiar en la pechera del prójimo ha actuado de rompehielos? Otras veces todo queda en una silenciosa complicidad, fruto de saber que el individuo no olvida de dónde viene, y tiene un banderín de Banfield, una camiseta del Celta o una bufanda del Betis. Pero es innegable que este maldito deporte, disfrazado de mil formas, cataliza miles de verborreas, que vaya usted a saber dónde desembocan. En mi caso, aparte de abrirme puertas a través del propio juego, es decir, uniéndome a pachangas por invitación o jugando en una venta perdida de dios con chavales de otros colegios, me ha ayudado a darme a conocer en lares que van de bares a facultades, de citas con el mecánico a compañeros de trabajo inolvidables. Porque sí, yo en cuanto me dan pie, me apodero del esférico y digo que soy del Atleti. Me acuerdo con espanto cuando en el primer día de instituto nos emparejaron para hablar con otro compañero. La idea era contar algo de nosotros mismos, y luego decírselo al profe enrollao delante de todos. La niña, qué afortunado fui, ¿verdad? no llegó a saber más de mi que me gustaba el fútbol y mi pasión rojiblanca. 

Gracias a Neptuno podemos volver a coordenadas más amigables, y volver a mi última etapa laboral. Un rasgo necesario pero algo asqueroso de mi personalidad, es actuar cual perro de aguas: huraño y sieso al principio, con miedo a ser pesado, y luego al mínimo contacto positivo, dar rienda suelta a demasiada información, innecesaria también. Otra cosa es si luego doy con gente maravillosa y me cogen el guante riéndose conmigo. Así descubrí a todo nuestro pequeño mundo futbolero cómo el gran Antonio ENP no solo era malaguista, sino colchonero. Si no que se lo pregunten al fondo sur del A. Le Coq Arena de Tallinn. O el raulismo del bueno que sepultaba el desencanto con su Córdoba del otro Antonio, con su consiguiente olvido al infrafútbol a pesar de su background en los banquillos infantiles. A descubrir el orgullo colombiano en el mundial de Rusia, la esperada afinidad con mi compadre el Bétiko, que me permitió disfrutar de la biografía de Joaquín antes de regalársela, las anécdotas de mlopez con la Peña Malaguista de Barcelona o la hermandad con Markie Mark, que me hizo tener equipo favorito en Inglaterra antes de Bielsa con sus historias del Leeds, tan diferentes a las que Vitaliy me contaba del refundado Dnipro y de cómo debían ser las cosas en Ucrania para no mosquear al estamento inadecuado. Cuando yo ya me había soltado el pelo hacía tiempo, llegó un argentino muy simpático: lo primero que le pregunté fue ¿de qué hincha sos? Pinché en hueso porque no le gustaba, como me dijo con una sonrisa. Quizá fue el primer indicador del fin de ciclo, pero lo cierto es que aunque cuando jugábamos lo hacíamos al NBA y delante de una videoconsola, el fútbol fue muy partícipe a la hora de darme a conocer en el mejor grupo humano que me he cruzado en un entorno laboral. Si hasta Francisco, llamémosle nuestro entrenador, al día siguiente a mi renuncia me puso una foto de Hugo Sánchez de avatar para tirarme a dar... Como esta gente sabe de qué pie cojeo, en mi partido homenaje en la distancia, recibí en forma de presentes dos piezas de museo que valen más que todo lo que intento transmitir, porque aquí ya sí que me quedo seco, sin más palabras que de agradecimiento.