Parecía una final europea, un partido del PES o del Fifa más que uno de liga. Un caramelo envenenado, una jaula de oro que requería ser bautizada con el triunfo más importante de la temporada liguera. Era esencial empezar ganando en ella para interiorizarla como la nueva casa de la forma más simple: con victorias. Enfrente el colista Málaga. Un rival que se crece en este tipo de ambientes y cuya trayectoria descendente los hacía a mi modo de ver aún más peligrosos. De hecho así fue. En la primera parte, tras aplastarse en su área, ya tuvieron la más clara. Para entonces todos habíamos bajado en paracaídas al meollo del partido y nos habíamos quitado de la cabeza que fuera a ser sencillo.
Todo el partido discurrió con un axioma de fondo. Estaba grabado a fuego el no cometer fallos innecesarios. Cero espacio para la sorpresa. Esto se aplicaba ambos equipos, no sobrados de puntos y con el peso de la historia como mochila adicional. Personalmente, me olía a cuerno quemao el panorama, pero estaba convencido que de marcar alguien, sería Correa. No fue así, pero el argentino tiene ángel para estos acontecimientos, y aunque decidió que ya tuvo bastante con ser el último en marcar en el Calderón, ayudó al objetivo. En el 62 se disfrazó de Agüero contra el Fulham, vio desmarcado a Forl... digo a Griezmann, y el francés resolvió de la única manera que nos contenta, anotando para mitigar su apatía reciente como rojiblanco. Rabia en la celebración, haciendo palpable la zozobra que había estado apunto de instalarse si no lo había hecho ya. El partido apenas tuvo más historia que ese gol y oficio para mantenerlo. Rolán, no confundan con Rolón, fue destituido del casting oficial a aguafiestas de la noche por el mejor portero del mundo (basta que diga eso pa que la cague el próximo). Por tanto, un buen Málaga viniendo de donde venía, pero también un Atleti serio, porque no era faena fácil. Nuevas referencias, nueva atmósfera, nuevo hogar a fin de cuentas (créanme que se nota el cambiar de hogar) pero ojalá que todo se transforme en algo parecido, o por qué no, mejor al Vicente Calderón.
Eso sí, cualquier cosa buena, en un 99'99% será gracias a la santísima trinidad, esto es: al Cholo al Mono y al Profe. Entre la simbología de la estación de metro, la magnificencia del estadio o la bonita ceremonia de inauguración y clausura, subyace un hecho económico que no estoy en facultades de analizar pero no por ello quería dejar impune al menos por una vez. Diego Pablo está haciendo una labor tan de ensueño que a los comepipas como yo nos ha dejado espacio para el disfrute si no tenemos tiempo para otra cosa que ver los partidos y escribir mierda mientras hacemos lo mismo en nuestro wc de estreno. Partidos que alguno espero pueda ver en vivo y en directo, a ver si mola tanto, pero como para casi todo, prefiero ir a la penúltima que no está la economía para gastar mucho ni en Diego Costas ni en salir fuera a cenar.
1 comentario:
Excelente la comparación del chicharro de Antoine con el de Forlán en la final, si señor. Lo ha clavado.
Fuerte abrazo.
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