Cuando yo pensaba que ya había disfrutado de mi última vez en el Calderón, hace un par de meses me propusieron volver para asistir al Atleti-Éibar. El hermano de mi cuñado sacó un palco VIP para ocho "a lo loco" por la ansiedad que genera saber que nuestro templo tiene los partidos contados. Me dieron donde me duele, así que en esas me enrolé en un ida y vuelta Torremolinos-Madrid (yo me incorporé desde Vélez-Málaga y me recogieron en Antequera junto a la mitad de la expedición). Rezando porque no se averiara la furgoneta y porque fuera fácil aparcar, partimos hacia Madrid con la hora pegada al culo. Afortunadamente llegamos de sobra al estadio porque no conducía yo. Esta vez sí que sí era la última visita. Pude disfrutar de una llegada diferente, porque las otras veces entraba desde la parada de Pirámides. En esta ocasión el parque del otro lado del río le daba una mística especial al ritual. Mis acompañantes: mi inseparable sobrino Bati, mi cuñado y mentor atlético Amador, su hermano Antonio y su mujer, una sobrina de los mismos de la edad de mi sobrino (Bati tírale que está buena cabrón) y Pepe, el otro hermano atlético de los susodichos. Sin duda el que más lo flipó, porque era el más colchonero de los que lo visitaban por primera vez. Una persona con más memoria si cabe que yo para la estadística rojiblanca y que aprovechó para comprarse una camiseta de Griezmann (yo no le hubiera puesto nombre por si las moscas...). Para completar el octeto, luego llegó un amigo común de ellos de Madrid.
Era una experiencia diferente. Temía que por estar en esa jaula de oro no sintiera la atmósfera del partido. No estoy hecho para los lujos, pero me acostumbré pronto. Una pechá de comer y beber, con la comodidad de mear a medio metro y una tele por si había algo que aclarar. No estuvo nada mal, aunque tenía mis reticencias y ni que decir tiene que me sentía fuera de lugar, porque yo soy más de fondo que de palco no me jodas. El trato fue correcto pero un tanto seco para gente del sur. Normal si alguien trabaja justo cuando juega el Atleti y sin poder verlo teniéndolo tan cerquita, yo también estaría de mala hostia. Supongo que porque no me esperaba sentir tanto el clima del estadio, o porque era la última vez, o porque sabía que tenía a mi alrededor gente conocida y que estaba disfrutando el momento igual o más que yo, no tuve más remedio que emocionarme al salir los jugadores. Me tengo que hacer mirar ese amariconamiento porque no es normal ya.
Delante, un Atleti con el orgullo herido y el cuerpo magullado. Enfrente, un Éibar con lo mejor de tener el futuro resuelto: desparpajo y tranquilidad. Al principio parecía que pesaban las piernas, o sería la sensación de verlo en directo, donde cualquier carrera o pase no parecen tan fáciles. El caso es que poco a poco el Atleti se fue soltando el pelo tras un inicio dubitativo. Al descanso ya habían caído dos ocasiones increíbles. Luego por fin vi a Fernando Torres jugar en el Calderón, y cuando se empezaba a instalar la zozobra y estaba a punto de ponerme nervioso de verdad, llegó el gol. Golazo mejor dicho. Imperdible la participación de Godín tanto en la celebración como en su incursión desde el flanco izquierdo (Thomas por el otro sin palabras). Grande también la maniobra de Fernando dejándola pasar. Lo más difícil estaba hecho. Siendo sincero, a esas alturas estaba más preocupado por Pepe que por mí respecto al devenir del partido. Ahí al menos ya habíamos cantado gol, porque tiene que ser una puta mierda ir por primera y última vez y no aclararte la garganta con alguno. Ya no se sufrió hasta el descuento. Parecía como si el destino se empeñara en que ese partido debía acabar en empate por cojones. Fue infartante. Menos mal que estuvo ahí Tiago para salvar el gol vasco, porque la vuelta hubiera sido más larga a pesar de la buena experiencia. Final feliz...
Y con extras, porque la arenga multitudinaria de casi la totalidad del Calderón para apoyar a los jugadores antes de la Champions fue bestial. Yo ya me olía algo así, pero saborearlo es totalmente distinto. Lo único, por poner pegas, es que no me gusta que nos acordemos tanto del rival. El Atleti es lo suficientemente grande como para no mencionar tanto a los de la acera de enfrente y sus madres con determinados cánticos. Ya bastante se acuerdan ellos de nosotros en sus grotescas manualidades. De todas formas, se consiguió marcar el primer gol de la vuelta, esperemos que ayude. Y hablando de vuelta, tras tener el lujo de ver a 20 metros al Cholo salir del estadio, todo fue bien. Llegamos al punto de encuentro a las 0:03, y la hora de camino en solitario hacia Vélez se me hizo corta, casi tanto como la vida del mejor estadio del mundo, mi otro corazón. Hasta siempre amigo mío.
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