Era un partido que a buen seguro iba a marcar el devenir de la temporada liguera. Tras magrear el cielo, había que batirse el cobre bajo llovizna y gaviotas despistadas. El Celta ya demostró en la primera vuelta ser un hueso, y esta vez no fue distinto, aunque sí lo fueron las circunstancias. Pérdida de puntos que constata que habrá que luchar por la tercera plaza con uñas y dientes, y a mucha honra. Tropiezo perdonable, pero derrota sin paliativos, de la que Valle-Inclán estaría orgulloso.
Me las prometía muy felices en cuanto a comodidad de visión. Una contraseña de Yomvi me hizo valorar la calidad de imagen tras tanto streaming del malo que me estaba haciendo tirar de radio más de una vez. Si el pasado domingo hasta miraba de reojo un Girona-Sporting mientras barría... Dispuesto a disfrutar de un partido en el que el Atleti tenía la transmisión jodida sin Arda, Koke y sin Raúl García, sobre todo en cuanto a creatividad por la ausencia de los dos primeros. Aún así, este equipo no para de sorprenderme, aunque esta vez en la vertiente negativa, cosa que se puede contar con los dedos de una mano desde que está por estos lares Don Diego. El primer tiempo por parte rojiblanca fue libre de humos, infumable es poco. Siempre llegando tarde y mal, constantes imprecisiones, personificadas en Tiago y Torres, que dejarían el terreno. Especialmente impactante fue la imagen del luso en el banquillo durante el descanso dejando a un lado problemas físicos. Tranquilo Tiago, una mala tarde la tiene cualquiera. Este primer acto tuvo un dominio insulso del Celta, que daba la sensación de desaprovechar meterle cuello a la borracha. Porque el glorioso ofreció unos 45 minutos que daban ganas de llorar, de cagar y vomitar. Se dice y punto, yo al Atleti lo quiero igual. Parecía que de repente estuvieran con 1% de batería, como mi puto teléfono móvil. Aunque paradójicamente los nuestros fueron los únicos que dispararon entre los tres palos.
El segundo tiempo no podía ser peor bajo ningún concepto. No lo fue. Pero sin embargo a pesar de la leve mejoría llegaron los goles vigueses. Otro penalty similar a la de la primera vuelta y gol de Nolito, que es un jugador que no encajaría en el Atleti pero cuyos regates no son de fogueo. Merecido tanto del gaditano. Poco después se hilvanaron varias jugadas de mérito, pero hoy no era el día, tampoco del árbitro. Al menos se vio sangre en las venas de Mario Suárez, que si bien influyó negativamente en los goles encajados fue un oasis dentro de la abulia general. Cuando se atisbaba la posible reacción, segundo tanto del Celta, obra de Orellana, muy porculero toda la noche. No obstante me gustó el carácter para tratar de revertir el varapalo, pero no fue suficiente ni para meter el susto en el cuerpo del equipo olívico. Se lo escuché ochocientas veces a los del plus, y ya que estamos, aprovecho para decir que ese gentilicio se debe a que Vigo tenía un olivo templario plantado en el atrio de una iglesia. Nunca te acostarás sin saber una cosa más (info). Poco más que contar... me gustó Cani, con buen trato de balón y sin esconderse. Mandzukic se parte el pecho por el equipo. Godín el alma y le parten la nariz. El mexicano tuvo dos buenos detalles para lo poco que jugó. A Siqueira le queda bien la barba de dos días, como a cualquiera de nosotros, y de paso parece mostrarse menos propenso a autodestruirse. Respecto al portero celtiña, si juega los demás partidos como contra nosotros en ambos encuentros, no sé qué hacen los grandes no pegando a su puerta. No era el día, ni mucho menos la noche. El auténtico tridente fue el dispuesto por Nolito, Larrivey y Orellana. Podemos culpar a las meigas si queremos, pero lo que es cierto es que los servicios mínimos no funcionaron bien y, francamente, era previsible este traspiés, aun siendo el Atleti un equipo sumamente fiable. No sé si es psicológico o físico, pero no es casualidad que en el fútbol y la vida en general, uno suele salirse en según qué situaciones comprometidas y cagarla después soberanamente en momentos aparentemente sencillos. ¿Confianza? ¿Desmotivación? ¿Orden divino? ¿Relajación tras el orgasmo? El día que descubramos estas cosas no tendrá sentido la vida, y mucho menos el balompié.
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"Qué manera de subir y bajar de las nubes, que viva mi Atleti de Madrid"
Anexo: Memorias de África, Costa de Lágrimas
La Copa de África tiene un toque exótico y a fútbol natural que no lo tiene ninguna otra competición. Los partidos suelen ser pésimos, pero siempre la sigo aunque no pueda apenas ver las fantásticas retransmisiones de Eurosport. Falta de tiempo y también de ganas, pero la final sí que la vi con un cervezón más belga que el Congo. Ghana y Costa de Marfil se enfrentaban en terreno que alguna vez fue español. A falta de que los ecuatoguineanos no llegaran a la final, yo iba con los Elefantes marfileños. Ghana merece un título, pero al menos en los mundiales han pasado más de una vez de la primera fase. Sin embargo, el equipo naranja nunca ha sabido competir en ellos, y encima no ha tenido ni pizca de suerte, como en el trágico final contra Grecia en Brasil. Allí un penalty en el descuento les privó de pasar de ronda. Menos de un año después, tras un partido tan malo como si el Atleti se enfrentara a sí mismo el domingo pasado en Balaídos, la final tenía que dirimirse por penales. No era nada nuevo para Côte d'Ivoire, que en las cuatro finales que había disputado no había metido un solo gol. Siempre 0-0. Lo ghaneses tomaron una ventaja a priori insalvable: 2-0. Solo he visto estar siquiera cerca de empatar un marcador así en una tanda el día que Ramos mandó el penalty a Plutón contra el Bayern (en ese caso él falló la igualada). En este caso Ghana se dejó remontar, y luego todos comenzaron a meter penaltys como churros, y algunos de churro también. Llegó el momento de los porteros. El joven ghanés falló, y llegó el turno para Barry Kopa, que solo había disputado la final por lesión del portero titular. Él era el mismo que apunto estuvo de pararle el penal a Samaras en Brasil. El destino quiso que con una carrera heterodoxa y un disparo decente diera a esta generación (ya sin Drogba) una alegría que se les resistía. Me alegré por ellos y por la experiencia de esa tanda, por su desenlace y por la tensión incontenida que se mascaba. Lágrimas de pena y alegría, rezos, desconsuelo y frenesí llevados al paroxismo... Esa magia y sentimiento por el fútbol solo se tiene en África. Sin duda un fotograma que siempre recordaré, os lo digo yo que tengo buena memoria para estas mierdas.
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