La frustración e incredulidad por el penalty que pitó el infame Marco Guida, primer árbitro europeo que crucificaré en mi mente en mi vida, solo superó por un momento la tristeza, o mejor dicho el estar tristón, que no es lo mismo que triste, porque va trufado de indiferencia culpable. Luego encima uno recapacita en que era el Lille B, mira la clasificación de esta Champions casi tan absurda como el penalty (que si nos lo pitan a nosotros lo habríamos fallado), se da cuenta de que el Cholo lleva perdido desde mitad de la última liga, que no hay identidad y sabes que no la va a haber, que siempre hay las mismas carencias, que somos presos de aspirar a la grandeza por haberla probado, y a la vez nunca perderemos el regusto amargo de los dosmiles, así que no tenemos nada sólido a lo que agarrarnos más que a que amamos al Atleti, que no merece la pena pensar si podríamos vivir sin él, y que al menos, y por lo menos, yo me fui más contento en esta surrealista derrota que al ganar en otros campos de manera pobre. Sin más asideros que las esquinas del escudo, o como mucho la vuelta de Llorente, Barrios y hasta, fíjense lo que les digo, Thomas Lemar. Otra cosa será después del Betis, donde independientemente del resultado de Heliópolis volverá a zarpar, sin posible moratoria, la (Ba)Titoneta de la Copa.
O rey Sabina ... (y genial su cita, ya puestos).
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